Parashat Miketz

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A Shimón, no se lo escucha.

Iosef, el importante visir de Egipto, fuerza a sus hermanos a dejar a uno de ellos como rehén y elige a Shimón. Aparentemente, no hay quejas, ni oposición, ni súplica de los hermanos o de Shimón.

Cuando los hermanos, hace trece años, arrojaron a Iosef al pozo tampoco oímos ninguna queja, ni clamor, ni súplica. Iosef también calló.

¿Fue realmente así?

En nuestra parashá descubrimos finalmente que Iosef sí clamó, sí suplicó a sus hermanos… pero ellos no lo escucharon: “Somos culpables por nuestro hermano,  vimos su angustia cuando clamó a nosotros pero no escuchamos” (Gen 42:21). ¿Por qué la Torá no nos dijo en la Parashá Vaiéshev que Iosef habló y suplicó?  Quizá para que nosotros sintiéramos directamente la indiferencia de los hermanos. Iosef clama y nosotros, al igual que sus hermanos, no lo oímos. La Torá nos transmite su enseñanza de manera vivencial y dura.

Quizás Shimón también implore y clama, pero ellos no están dispuestos a escucharlo.

La dificultad de escuchar, la dificultad de aceptar la voz del prójimo, es un tema central en las relaciones entre los hijos de Iaakov.

En este momento, rememoran frente a Iosef el clamor del hermano menor que arrojaron al pozo y a quien no quisieron oír. Hablan entre ellos y aún hacen caso omiso a la presencia del otro. Iosef oye, Iosef entiende, y ellos no lo toman en cuenta, ya que suponen que no los comprende. Y si no comprende, no tiene importancia. ¡Hablemos frente a él sin tenerlo en cuenta!

Iosef, en cambio, está atento a los problemas de los demás. Está atento al prójimo y abierto a oír (escuchar y comprender). Es por ello que tiene la capacidad de interpretar sueños, que son la lengua oculta de Dios y del alma.

Los hermanos están ocupados cada uno en sí mismo y no están disponibles espiritualmente para darle al prójimo un espacio existencial: Iosef está allí y ellos no lo reconocen. Shimón está allí, pero ellos no lo oyen. Iaakov exclama: “Ustedes me están dejando sin hijos. ¡Iosef ya no está con nosotros, ni Shimón tampoco, y ahora van a llevarse a Biniamin!” (Gen 42:36), mas los hijos no son capaces de entender su demanda. ¡A tal punto que Reuvén propone agrandar el daño!: “Puedes matar a mis dos hijos”… ¡son los nietos de Iaakov! ¡En lugar de tres, Reuvén propone agrandar la pérdida a cinco!

La prueba de Iosef los obliga a sentir en carne propia lo que es no ser escuchado. Ellos le dicen quiénes son y cuáles son sus intenciones, pero él hace como si no escuchara y decide que son espías: “Nosotros, tus siervos, nunca hemos sido espías… Somos doce hermanos, hijos de un buen hombre” (Gen 42:11-13) Ninguna explicación es válida: “¡Tal como les dije! ¡Ustedes son espías!” (Gen 42:14). Ellos sienten la desesperanza de aquél que habla y no es oído.

La larga y difícil prueba que Iosef los obliga a pasar, produce en ellos una revolución espiritual y les hace comprender lo que no habían entendido hasta ahora. Comienzan a escucharse los unos a los otros, salen de la burbuja que los mantenía aislados y son capaces ahora de ver la existencia del otro.

Esta revolución espiritual es la base del desarrollo del pueblo de Israel, el pueblo que está preparado a recibir la Torá, a oír la voz de Dios, a elevar la existencia de la humanidad a un nivel de respeto positivo y a leer, por la noche y por la mañana, para escuchar y comprender.

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