El tema de Koraj y su revuelta contra Moshé y Aharón me parece importante en lo que toca a la reacción del pueblo de Israel a sus palabras.
No cabe duda de que podemos comprender la queja de Koraj. Lo que plantea es aparentemente simple y da que pensar: “Absolutamente toda la congregación es santa y el Señor está entre ellos. ¿Por qué os erigís por sobre la comunidad del Señor?” (Num, 16:3).
Él le exigió a Moshé que deje de señorear y que comparta el poder de manera equitativa con todo el pueblo. Exigió democracia, pues todos pueden y tienen el derecho de gobernar.
Esta demanda es justa, no sólo a nuestros ojos modernos. También debería haber sido así para Moshé, quien cierto tiempo antes rechazó el celo de Josué por el poder y no detuvo a Eldad y Meidad, que quedaron profetizando en el campamento cuando Moshé y los setenta ancianos estaban fuera. Es más, reprobó a Josué diciéndole: “¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todos en el pueblo del Señor sean profetas!” (Num. 11:29).
Igualdad y democracia. ¿Qué tiene eso de malo?
El problema es que la frase de apertura de Koraj no es más que un titular en las noticias. El contenido de lo que realmente exigió aparece cuando Moshé lo llama al orden: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel… para que procuréis también el sacerdocio?” (id. 16:9-10).
Lo que Koraj buscaba realmente era más poder para sí mismo y sus camaradas. No le interesaba en absoluto que el pueblo tuviera igualdad de derechos para gobernar. Quería ser Leví y Sacerdote.
Empero, para la opinión pública, él era un héroe que se sacrificaba en beneficio del pueblo. Su discurso y sus acciones eran las de un demagogo, que se aprovecha de la reacción emocional e incontrolada de las masas para conseguir beneficios personales.
El pueblo se extravió en las apariencias de justicia. No evaluó realmente la situación. Si parece que es así, entonces es así.
Ese el meollo del problema en nuestra parashá. El juicio rápido, que sella destinos basándose en una impresión superficial, presagia catástrofes Y efectivamente, eso es lo que pasó: muerte y destrucción.
¿Por qué el tema de Koraj viene justo después de la ordenanza de tztizit (los flecos que se deben poner en los bordes de las ropas)? Hay un midrash que explica que Koraj tomó un talit, un vestido, hecho totalmente de tejélet, el material con el que se debía teñir tan sólo un hilo del tzitzit. Le preguntó a Moshé si, a pesar de ser todo de tejélet, tenía que ponérsele un tzitzit. Moshé le dijo que sí y Koraj, entonces, se mofó de él y de las leyes (Tal. Jer. Sahedrín 10:5 y Bemidbar Rabah Koraj 18:3).
Más allá de este midrash, debemos recordar que un elemento central en el mandamiento de tzitzit es “no os dejéis llevar por vuestro corazón y vuestros ojos, ya que os extraviáis por ellos” (Num. 15:39). El corazón, en la Biblia, simboliza el pensamiento. No dejen que el pensamiento se extravíe por las apariencias que captan los ojos. Examinen, evalúen, disciernan. De eso se trata la santidad. Eso es lo que se nos ordenó hacer.
La historia de Koraj, la reacción del pueblo a discursos demagógicos, es el ejemplo opuesto de lo que la Torá espera de nosotros, de lo que Dios nos ordenó tener presente con la mitzvá de tzitzit. “No os dejéis llevar”; pero el pueblo se dejó llevar, nomás. Se dejaron influenciar por los titulares que vieron sus ojos, quedaron cautivados por la agradable voz del tirano populista que endulza sus palabras con vanidades que suenan lindo. Vanidades que se digieren rápido y que entorpecen el sentido común, la lógica y el examen de la realidad.
¡Ojalá que todos en el pueblo del Señor sean profetas! Profetas y no un rebaño que sigue el canto de las sirenas.