Las historias de las dos primeras secciones de la Torá, Bereshit y Noaj, presentan uno de los problemas básicos del comportamiento y del sentimiento humanos: la relación con la responsabilidad. Digo problema, porque esta relación no está exenta de altibajos y de fracasos.
Los seres humanos sufrimos de hipo-responsabilidad y de híper-responsabilidad. A veces intentamos desentendernos de nuestras obligaciones y de hacernos cargo de nuestras acciones. Otras veces exageramos en ponernos límites (a nosotros mismos y a otros) y asumimos un celo desproporcionado.
Sí, también actuamos con responsabilidad adecuada, constructiva, positiva. Pero en muchas áreas, en muchos momentos, todos nosotros, sin excepción, caemos en los extremos de alta o baja responsabilidad.
Dios creó al Ser Humano con la capacidad de discernir entre valores, de medir causas y consecuencias, de crear un sistema moral. Pero esta misma capacidad es un arma de doble filo en manos humanas. Podemos vernos encerrados por esos mismos valores e intentar un escape: deshacernos y desasirnos de la responsabilidad. O bien podemos ser dominados por el temor al error, por el miedo a no saber cómo discernir, y quedar así esclavizados dentro de nuestro comportamiento axiológico.
La parashá de Bereshit presenta varios ejemplos del fracaso humano en aplicar la responsabilidad. La lectura de este texto debe ser un llamado a sobreponernos e intentar aprender, tantas veces como sea necesario, el delicado arte de vivir con responsabilidad.
El relato del fruto prohibido, del árbol del conocimiento del bien y del mal, es un claro ejemplo de ese fracaso, tanto por hipo- como por híper-responsabilidad. Ambas posturas llevan a consecuencias destructivas.
Dios le prohíbe al Ser Humano comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal: “Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, pues cuando comieres de él habrás de morir” (Gen. 2:17). Esta prohibición fue introducida antes de que Dios separara al Ser Humano en dos: un macho y una hembra. Es decir que es una prohibición que recae tanto sobre el hombre como sobre la mujer.
La serpiente le hace a la mujer una pregunta capciosa: “¿Así que Dios les dijo que no comiereis de ningún árbol del Jardín?” (Gen. 3:1).
La respuesta responsable sería: “Sólo nos ha prohibido comer del árbol del conocimiento del bien y del mal”. Pero la mujer, actuando por híper-responsabilidad, agrega una restricción y declara: “del fruto del árbol que está en medio del Jardín Dios nos ha dicho que ni lo comiéramos, ni lo tocáramos” (id. vers. 3). Este agregado alejó lo prohibido… y lo hizo más tentador. Traspasar esta nueva valla auto-impuesta no sólo que no conlleva ninguna sanción, sino que modifica la percepción de la prohibición original. El razonamiento sería: “si no me ha pasado nada cuando toqué el árbol (violando la restricción autoimpuesta), tampoco me pasará si como del fruto (violando la prohibición original)”.
La exageración en la puesta de límites, por más que provenga de la intención de guardarse de transgredir, deriva en la saturación y en la anulación, en fin de cuentas, de la interdicción original, violando así la misma norma que se pretendía proteger.
Rashi (Rabi Shelomó Itzjaki, Francia S. XI) nos explica con respecto al agregado de Eva: “Ella añadió al mandamiento y por ello terminó depreciándolo. Ya se nos ha dicho ‘No agregues a Sus palabras’ (Proverbios 30:6)” (Rashi, Gen. 3:3).
El Talmud (tratado Sanhedrín 29a) también toma este versículo como ejemplo claro de que todo el que agrega termina, en fin de cuentas, depreciando.
Dios le pregunta al hombre: “¿Has comido, acaso, del árbol del que te prohibí comer?” (Gen. 3:11). Dios es omnisciente, ¿para qué necesita preguntar, entonces? ¡Él ya sabe lo que pasó! Dios no pregunta para saber, sino para estimular en el hombre el ejercicio de la responsabilidad. Pero aquí vemos la falla por hipo-responsabilidad: “la mujer que Tú me entregaste me dio de comer” (id. vers. 12). “¡No fui yo!”, dice el hombre, “¡fuiste Tú, Dios! ¡Y la mujer!”. El hombre destaca sólo una parte de la realidad para desentenderse de toda responsabilidad.
¿Qué habría sucedido si la mujer no hubiera reaccionado con híper-responsabilidad? ¿Qué habría sucedido si el hombre no hubiera reaccionado con hipo-responsabilidad?
De nada vale conjeturar sobre qué hubiera pasado. La Torá nos desafía a nosotros, los Seres Humanos que la leemos, a tomar el camino que aquellos seres primigenios no se atrevieron a andar.
A nosotros nos toca reaccionar con responsable responsabilidad.