Cuando Dios le dice a Abraham que tome a su hijo Itzjak para sacrificarlo, la Torá introduce el tema diciendo que Dios sometió a Abraham a una prueba: “nisá et Avraham” = probó a Abraham (Gen. 22:1). Podríamos quizás traducir en lenguaje más moderno: desafió a Abraham.
La Torá define este mandato divino, entonces, como una prueba, un desafío. En virtud de ello, nuestros Sabios comprendieron que otros mandatos de Dios a Abraham son, de hecho, desafíos: “Por diez desafíos paso Abraham y de todos salió exitoso, lo que muestra cuán grande era el aprecio de Abraham por Dios” (Pirké Avot 5:3) ¿Cuáles son esos diez desafíos? No nos lo dicen, pero Maimónides, en su comentario a la Mishná, explica que todos están escritos en la Torá y brinda allí las fuentes (comentario a Pirké Avot 5:3).
Abraham, cual héroe, sale airoso de los desafíos pues ¡su amor por Dios le da fuerzas extremas! La profunda fe y absoluta confianza de Abraham en Dios nos hacen concebirlo, muchas veces, como un ser casi desprovisto de dolor y tristeza. Dios está con él, y él lo sabe: ¿hay lugar a la tristeza? ¿Por qué sentir dolor, si todo es por el Señor y para el Señor?
Sin embargo, una lectura más detallada de la Torá permite comprender que Abraham era un ser humano pleno, con todas las fortalezas y debilidades de cualquier persona. Su fe no le proporcionaba un escudo ni contra las adversidades, ni contra los altibajos del alma. Pero sí le proporcionaba herramientas espirituales para sobreponerse. Así como las cosas buenas nos producen un sentimiento agradable, las adversidades nos producen enojo, o tristeza, o dolor. Nadie está exento, ni nadie debe estar exento, pues se trata de la expresión del alma humana. Abraham nos enseña que aun teniendo un diálogo íntimo con Dios, el dolor se nos presenta. Todo se trata de no sucumbir a causa de él, sino de osar sentirlo en su intensidad y luego recuperarse.
Parshat Jaié Sará comienza relatando la muerte de Sara: “vino Abraham a lamentarse por Sara y llorarla” (Gen. 23:2). Siente el dolor de la pérdida; la muerte es separación definitiva aún para quien dialoga continuamente con Dios. Sin embargo, el anciano patriarca no sucumbe, se levanta de su dolor para arreglar todo lo necesario para el entierro y luego regresa a su dolor, sepultando a Sara. Y de allí vuelve a reponerse para preocuparse del futuro, el matrimonio de su hijo Itzjak y el bienestar de todos sus otros hijos.
Un interesante midrash en la colección Midrash Tanjuma (Parshat Ekev, art. 3), se hace eco del dolor de Abraham al enterrar a Sara y nos presenta un listado de momentos de sufrimiento de Abraham. ¡Hasta esos diez desafíos de los que se habla en otro lado, son aquí dolores de alma de Abraham! El texto nos presenta al patriarca no como un superhéroe, sino que como un ser humano como tú y yo que nos enseña, a través de su ejemplo de vida, a vérselas (él… y nosotros) con Dios, con la realidad que golpea, con los sentimientos y con la fe. No se trata de una muestra de dolores cual trofeo; el midrash viene a enseñarnos la importancia de no desentendernos del dolor cuando éste llega: sólo haciendo frente a este dolor podremos sobreponernos y sentirnos mejor más adelante. El dolor deja secuelas, pero si no lo enfrentamos no quedará como un resabio, sino que como un peso permanente.
Dice ese texto: “Quien siente el dolor en su comienzo, logrará el sosiego al final. Y no hay quien haya sentido el dolor en su comienzo más que Abraham: fue arrojado a un horno encendido, debió abandonar el hogar paterno, lo persiguieron 16 reyes, pasó por diez desafíos, enterró a Sara; pero finalmente obtuvo sosiego, como está escrito: ‘Con el tiempo Abraham envejeció y Dios lo hubo bendecido en todo’ (Gen. 24:1)“ (Midrash Tanjuma, Ekev, art. 3)