La delicada percepción – Parshat Vaietzé

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“Los ojos de Lea eran delicados” (Gen. 29:17). Así caracteriza la Torá, en la sección Vaietzé, a Leá, nuestra matriarca. El adjetivo “delicado” puede referirse a dos cosas (tanto en hebreo como en castellano): débiles, o bien refinados. Hay exégetas que explican que los ojos de Leá se habían debilitado por mucho llorar, pues pensaba que, como primogénita le correspondería casarse con Esav. Otros explican que sus ojos eran muy bellos, delicados y refinados.

En ambos casos, la palabra “delicado” nos hace pensar en un equilibrio que requiere de cuidados para no quebrarlo: para que no empeore, si es débil, o para que no se estropee, si es refinado.

Podemos preguntarnos, por otro lado, ¿por qué la Torá elige describir a Leá según sus ojos? La palabra “ojos”, en todos sus derivados, aparece en la Torá unas doscientas veces. En apenas casi diez casos se refiere al órgano mismo de la vista, al ojo físico. En las otras casi ciento noventa apariciones, la palabra “ojos” se refiere a “vista”, “apariencia” y también “opinión”, es decir a la percepción de la realidad. Por ejemplo “elevó sus ojos…” se refiere a vista, “mantuvo su aspecto” [lit. “se mantuvo en su ojo”] se refiere a la apariencia y “es bueno a sus ojos” o “halló gracia a los ojos…”, se refiere a la opinión.

Volviendo a Leá, quizás la Torá no nos habla de sus ojos físicos, sino de su manera de percibir el mundo, su manera de ver. Leá tenía una manera delicada, frágil, sensible de percibir la realidad.

“También amó a Rajel más que a Leá” (Gen. 29:30). Como el texto dice “también”, implica que agrega el amor a Rajel al amor que ya sentía por Leá. Radak (Rabi David Kimji, Narbona S. XII-XIII) explica: “esto nos dice que también amaba a Leá, aunque no la había elegido al principio para esposa, la amaba como un hombre ama a su mujer, si bien amaba más a Rajel” (comentario a Gen 29:30).

Iaakov la amaba, pero ella no lo percibía: el amor de Iaakov por su otra mujer, Rajel, hacía que Leá se percibiera a sí misma como odiada. “Vió el Señor que Leá era odiada” (Gen 29:31), y Radak explica “Iaakov no la odiaba, sino que la amaba. Pero como amaba más a Rajel, ella se dice odiada, es decir que en comparación con Rajel era odiada” (comentario a Gen 29:31)

Es como si dijera “si no me ama sólo a mí, si no me ama más a mí que a ella, la única explicación es porque soy odiada”. Y este sentimiento teñía toda su existencia. Dios le presentó las posibilidades de sentirse distinto, de fortalecer su autoestima, dando a luz, creando vida; pero Leá siguió todo el tiempo percibiéndose como “la odiada”. Sin la capacidad de sentir el amor de su marido, entró en una lucha existencial con su hermana, Rajel, y con su propia existencia. Cada hijo que tuvo era la marca de esa lucha: Reuvén “pues vio [raá] Dios mi sufrimiento”; Shimón, “pues oyó [shamá] Dios que soy la odiada”; Leví, “esta vez mi marido se me aunará [ielavé]. Sólo con el cuarto hijo logra calmarse un poco y proclama “esta vez agradeceré [odé] a Dios” y lo llamó Iehudá. Pero luego continúa con su competencia con Rajel, sin poder ver, apreciar, percibir, el amor existente en Iaakov.

A través de la vida de Leá, con su frágil percepción, la Torá nos propone que aprendamos a trascender nuestra propia frágil percepción, que veamos el mundo más allá de nuestras limitaciones, que las conclusiones sobre nosotros mismos no estén basadas en la competencia con el otro.

“Los ojos de Lea eran delicados”. ¿Los nuestros? De nosotros depende que sean débiles o bellos, de nosotros depende que nuestra percepción sea negativa o positiva.

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