En la época de los Iamim Noraim, los Días de Reverencia, entre Rosh Hashaná y el final de Iom Kipur, Dios examina a Su Creación y, en particular, al Ser Humano: nuestras acciones e intenciones y, principalmente, lo que hemos hecho de Su Creación. Este examen tiene dos lados: el de Dios y el nuestro. Cada uno de nosotros debe hacer un profundo balance introspectivo. Estos son principios conocidos de la tradición judía. También creemos en que Dios está dispuesto a cambiar Su grave veredicto sobre nosotros si hacemos tres acciones: Tefilá [plegaria], Tzedaká [justicia social] y Teshuvá [arrepentimiento rectificativo].
Es Rabí Elazar quien nos enseña que “tres cosas anulan el grave veredicto: la tefilá, la tzedaká y la teshuvá” (Talmud Jerosolimitano, tratado Taanit 65b). ¿Sobre qué se basa para tal aseveración? Pues lo aprende de las palabras de Dios al Rey Salomón en II Crónicas 7:14: “Si Mi pueblo, sobre el cual es invocado Mi nombre, humildemente ora [esta es la plegaria, “tefilá”], busca Mi presencia [esta es la justicia social, “tzedaká”] y se vuelve de sus malos caminos [este es el arrepentimiento rectificativo, “teshuvá”]; entonces atenderé desde los Cielos, perdonaré sus transgresiones y sanaré su tierra [esta es la anulación del veredicto]”
Son éstas tres acciones que, realizadas con sinceridad y correctamente, influyen profundamente en el alma produciendo en ella un cambio fundamental. La plegaria sincera implica un intenso autoexamen, es una suerte de juicio a nosotros mismos. Le oramos a Dios, le pedimos, reconocemos Su poder, nos confesamos ante Él. De esta forma tomamos conciencia de lo que tenemos, lo bueno y lo malo, y de lo que adolecemos. El examen incluido en la plegaria vuelve sobre nosotros e influye en nuestra alma. Este regreso sobre nosotros está implicado en el verbo hebreo para rezar, cuya forma gramatical es reflexiva: “lehitpalel“.
La teshuvá, el arrepentimiento rectificativo, implica el examen de nuestras acciones, la reparación de los daños que hubiéramos causado a nuestro prójimo, el pedido de perdón de quien dañamos y el compromiso interno de repetir las transgresiones o las acciones negativas que hicimos. Este es, sin duda, un difícil proceso para el alma. Requiere la toma de responsabilidad sobre nuestras acciones negativas y el explícito reconocimiento de haberlas hecho. Esto es quizás lo más difícil de la teshuvá, exige pues el reconocimiento total de nuestros hechos, sin justificaciones, con una máxima humildad de alma. Si nos justificamos estamos diciendo, de hecho, que lo que hicimos no es realmente negativo ya que hay un motivo que le da razón de ser a nuestra acción. Mientras haya un motivo, o un apremio la responsabilidad recae, aun parcialmente, sobre alguien o algo más. La teshuvá exige una toma de responsabilidad sin ambages. El profundo autoexamen debe hacernos comprender cuándo es que realmente hubo motivos o apremios y cuándo no.
De las tres acciones que Rabi Elazar enuncia, creo que la tzedaká, la justicia social, es la que resulta más difícil para el alma. Exige un cambio esencial en el espíritu humano. ¿Por qué? Porque requiere de nosotros que dejemos de vernos como el centro para tratar de comprender la realidad desde el punto de vista y al experiencia del prójimo. Nos exige declara “no soy yo quien entiende la aflicción ajena, sino que quien sufre es quien me hace comprender su sufrimiento”.
Podrían decirme: “Pero la tzedaká se trata de darle dinero al necesitado ¡Nada más simple que eso!”
Pues bien, eso no es tzedaká, sino caridad. Doy lo que creo que le falta y de lo que a mí me sobra. Es una gran acción; pero no es tzedaká, justicia social. No me lleva a modificar quién soy, ni a comprender realmente a mi prójimo, ni a penetrar en su aflicción o sentir la realidad a través de su alma. La caridad permite alivianar momentáneamente la tribulación del sentimiento. Quizás del sentimiento del desposeído; pero básicamente del sentimiento del caritativo. La caridad es consecuencia de la congoja que quien da siente con respecto al desposeído. Es una consecuencia positiva, ya que ayudamos, aunque sea momentáneamente, a quien quizás le hacía falta dinero, o vestimenta, o una comida. La caridad es sin duda una gran acción; pero no es tzedaká.
La verdadera tzedaká, según nuestros Sabios, es darle al necesitado lo que él necesita: “Si le falta vestidura, lo vestimos; si le faltan utensilios, le compramos; si no está casado o casada, le conseguimos pareja; si antes montaba a caballo con un sirviente andando ante él y se empobreció, le proveemos un caballo y un sirviente que ande ante él” (Maimónides, Hiljot Matnot Aniim, 7:3).
La tzedaká es restablecer el honor a quien fue privado de él, devolver la confianza a quien perdió la confianza en otros, lograr que otros confíen en él, restaurar la fuente de ingresos a quien la perdió, restablecer la fe en sí mismo a quien ya no la tiene, devolver la sonrisa al triste, ayudar a llorar a quien se reprime, devolver la capacidad de elogiar.
Debemos corrernos de nosotros mismos, de centrarnos en nosotros, para comprender lo que viene desde el lugar y la aflicción del otro, pues la tzedaká, la justicia social, es ayudar al prójimo a lograr obtener lo que le falta a él y no lo que nosotros suponemos que le falta. La diferencia es enorme. Pues el necesitado no es sólo quien nos parece desposeído. El necesitado puede ser rico o pobre, alegre o triste, quien se ve como desposeído y quien se ve como a quien todo le va bien… hasta que escuchamos verdaderamente a su alma.