Archivo de la categoría: Torá

Parashot Matot-Masaé

Share This:

Estas dos parashot cierran la época del desierto. Los últimos preparativos para entrara a la Tierra Prometida, el cierre de lo que quedó pendiente de la estadía en el desierto, las últimas acciones de gobierno de Moisés… todo esto conforma el ambiente general del final del libro de Números.

Aquí termina, de hecho, el proceso de la salida de Egipto. La salida no fue sólo el momento de dejar la tierra de Egipto, sino todo el período durante el cual los israelitas no habían entrado aún en la tierra de Canaán, todo el período de “espera”, todo el trayecto por ese prolongado pasillo del desierto. No era algo de orden físico-geográfico, sino espiritual. Físicamente ya no estaban allí; pero mientras el desierto simbolizara para ellos el “largo brazo” de Egipto, la pertenencia a una vieja realidad de opresión, explotación, dependencia, servidumbre, idolatría, injusticia social, mientras ese espacio los conectara con Egipto, aún estaban en la salida. Ahora, después de cuarenta años de desafíos y cambios drásticos, están preparados para dejar de salir, para entrar a la Tierra Prometida y comenzar una nueva sociedad.

Como parte de ese cierre, la Torá resume en una lista los lugares por los cuales los israelitas deambularon en el desierto.

El versículo que inicia el listado tiene, sin embargo, una formulación extraña y, quizás gracias a ello, plena de sentido.

Moisés escribió las partidas hacia los viajes de ellos, ordenados por el Señor; estos son sus viajes hacia sus partidas” (Num. 33:2)

Las partidas hacia los viajes… se puede entender. Pero ¿los viajes hacia las partidas? ¿Por qué hay una repetición? ¿Por qué una inversión de conceptos? De todas maneras, hubiéramos esperado que el texto sea “sus viajes hacia sus destinos” o algo que indique la meta, ¿pero un viaje hacia la partida? La Torá nos dice que viajaron hacia un lugar del que saldrían de viaje hacia un lugar del que saldrían de viaje hacia un lugar del que saldrían de viaje… etc.

Eso es lo que les pasó a los israelitas, de hecho. No viajaban hacia un lugar en el que se establecerían, sino que era parte del proceso de la salida de Egipto. Todos los lugares eran lugares de partida y no destinos finales.

El viaje es lo esencial, pues en la travesía aprendemos, cambiamos, crecemos. La meta del viaje, nos dice la Torá, es el punto del cual podamos continuar sin detenernos o quedarnos fijados. Sobre este versículo dice Rabi Iehudá Arié Leib Alter, el Guerer Rebbe de la segunda mitad del siglo XIX: “Pues el Ser Humano es llamado ‘caminante’ y debe siempre ir de una etapa a otra (Sefat Emet Bemidbar, Masaé [5645]).

Quien propugna la detención y la fijación es como quien no está totalmente listo para salir de Egipto y prefiere quedarse en el desierto, aunque use como excusa que allí está más cerca del Monte Sinaí.

En cada generación la persona debe verse a sí misma como si ella misma hubiera salido de Egipto”. De esa forma sus viajes serán hacia sus partidas, para que sus partidas le permitan continuar con sus viajes.

Parshat Koraj

Share This:

El tema de Koraj y su revuelta contra Moshé y Aharón me parece importante en lo que toca a la reacción del pueblo de Israel a sus palabras.

No cabe duda de que podemos comprender la queja de Koraj. Lo que plantea es aparentemente simple y da que pensar: “Absolutamente toda la congregación es santa y el Señor está entre ellos. ¿Por qué os erigís por sobre la comunidad del Señor?” (Num, 16:3).

Él le exigió a Moshé que deje de señorear y que comparta el poder de manera equitativa con todo el pueblo. Exigió democracia, pues todos pueden y tienen el derecho de gobernar.

Esta demanda es justa, no sólo a nuestros ojos modernos. También debería haber sido así para Moshé, quien cierto tiempo antes rechazó el celo de Josué por el poder y no detuvo a Eldad y Meidad, que quedaron profetizando en el campamento cuando Moshé y los setenta ancianos estaban fuera. Es más, reprobó a Josué diciéndole: “¿Tienes celos por mí? ¡Ojalá que todos en el pueblo del Señor sean profetas!” (Num. 11:29).

Igualdad y democracia. ¿Qué tiene eso de malo?

El problema es que la frase de apertura de Koraj no es más que un titular en las noticias. El contenido de lo que realmente exigió aparece cuando Moshé lo llama al orden: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel… para que procuréis también el sacerdocio?” (id. 16:9-10).

Lo que Koraj buscaba realmente era más poder para sí mismo y sus camaradas. No le interesaba en absoluto que el pueblo tuviera igualdad de derechos para gobernar. Quería ser Leví y Sacerdote.

Empero, para la opinión pública, él era un héroe que se sacrificaba en beneficio del pueblo. Su discurso y sus acciones eran las de un demagogo, que se aprovecha de la reacción emocional e incontrolada de las masas para conseguir beneficios personales.

El pueblo se extravió en las apariencias de justicia. No evaluó realmente la situación. Si parece que es así, entonces es así.

Ese el meollo del problema en nuestra parashá. El juicio rápido, que sella destinos basándose en una impresión superficial, presagia catástrofes Y efectivamente, eso es lo que pasó: muerte y destrucción.

¿Por qué el tema de Koraj viene justo después de la ordenanza de tztizit (los flecos que se deben poner en los bordes de las ropas)? Hay un midrash que explica que Koraj tomó un talit, un vestido, hecho totalmente de tejélet, el material con el que se debía teñir tan sólo un hilo del tzitzit. Le preguntó a Moshé si, a pesar de ser todo de tejélet, tenía que ponérsele un tzitzit. Moshé le dijo que sí y Koraj, entonces, se mofó de él y de las leyes (Tal. Jer. Sahedrín 10:5 y Bemidbar Rabah Koraj 18:3).

Más allá de este midrash, debemos recordar que un elemento central en el mandamiento de tzitzit es “no os dejéis llevar por vuestro corazón y vuestros ojos, ya que os extraviáis por ellos” (Num. 15:39). El corazón, en la Biblia, simboliza el pensamiento. No dejen que el pensamiento se extravíe por las apariencias que captan los ojos. Examinen, evalúen, disciernan. De eso se trata la santidad. Eso es lo que se nos ordenó hacer.

La historia de Koraj, la reacción del pueblo a discursos demagógicos, es el ejemplo opuesto de lo que la Torá espera de nosotros, de lo que Dios nos ordenó tener presente con la mitzvá de tzitzit. “No os dejéis llevar”; pero el pueblo se dejó llevar, nomás. Se dejaron influenciar por los titulares que vieron sus ojos, quedaron cautivados por la agradable voz del tirano populista que endulza sus palabras con vanidades que suenan lindo. Vanidades que se digieren rápido y que entorpecen el sentido común, la lógica y el examen de la realidad.

¡Ojalá que todos en el pueblo del Señor sean profetas! Profetas y no un rebaño que sigue el canto de las sirenas.

Parshat Vaigash

Share This:

Nuestra parashá contiene un extraño y corto diálogo entre el Faraón y nuestro patriarca Iaacov:

Dijo Faraón a Iaakov: ‘¿Cuántos son los días de tu vida?’. Iaakov le respondió: ‘Los días  de mi morada son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de mi vida, y no han llegado a los días de la vida de mis padres en los días de su morada”. (Gen. 47:8-9). Una respuesta sorprendente para una pregunta en apariencia inocente del Faraón.

Iaakov hace una diferencia entre “vida” y “morada”, si bien la pregunta no apuntaba a eso. Rabí Itzjak Karo, en su comentario “Toledot Itzjak” dice que “morada” se refiere a las vueltas de la vida (“megurim” [=morada] se relaciona con “guerut”, ser extranjero y errante). “Vida”, por otro lado, se refiere a una buena vida. Iaakov deambula como extranjero y los días aparentemente buenos no lo fueron realmente. Rabí Shimshon Rafael Hirsch explica que “vida” es la época en la que se cumple una tarea significativa, mientras que “morada” es la vida en general. Nuestro patriarca siente que su tarea significativa en la vida ha sido pequeña y mala.

Iaakov dice que los días de su vida han sido malos. ¿Malos? ¡Obtuvo una gracia divina que sólo unos pocos elegidos merecen! Logró sobreponerse a muchos obstáculos y a renovar su alma. ¡Por ello Dios le cambió el nombre por Israel! Huyó sin nada y regresó rico y poderoso. Hizo la paz con su hermano y logró asentarse en la tierra de sus padres. Crió doce hijos que siguieron sin excepción el camino de sus patriarcas y fueron fieles a Dios. ¡Ni Abraham ni Itzjak lograron cumplir esta meta! (como prueba están Ishmael, Zimrán, Iokshán, Medán, Midián, Ishbak, Shuaj y Esav). Rencontró a su hijo amado, que consideraba muerto.

¿Acaso Iaakov no es consciente de sus logros? Sí que lo es, los conoce muy bien. Hasta agradece a Dios por ellos: “Pequeño soy para toda la bondad y la veracidad que has prodigado a Tu servidor” (Gen. 32:10). Pero el dolor que hay en su alma no puede ser calmado con los datos positivos de su vida. Hay una diferencia casi abismal entre lo que se ve desde afuera y lo que la persona siente y vive desde adentro. Iaakov tiene una profunda sensación interna de que está mal. Si para convencerlo de que, en realidad, está bien se le muestran todos sus logros, no se hace más que decirle que su sensación no es correcta. ¡Pero él siente algo muy fuerte y manifiesto! Alentarlo de esta manera sólo acrecienta la brecha entre sus mundos interno y externo. Sólo le causa más dolor.

“Pocos y malos han sido los días de mi vida”. Solamente a partir de este punto, y no desde el intento de contradecirlo, es que se le puede ayudar a Iaakov a ver de manera distinta su vida y su alma. Sólo si comprendemos verdadera y sinceramente esta posición dolorosa podremos ayudar a quien nos diga, como Iaakov: pocos y malos han sido los días de mi vida.

Parashat Miketz

Share This:

A Shimón, no se lo escucha.

Iosef, el importante visir de Egipto, fuerza a sus hermanos a dejar a uno de ellos como rehén y elige a Shimón. Aparentemente, no hay quejas, ni oposición, ni súplica de los hermanos o de Shimón.

Cuando los hermanos, hace trece años, arrojaron a Iosef al pozo tampoco oímos ninguna queja, ni clamor, ni súplica. Iosef también calló.

¿Fue realmente así?

En nuestra parashá descubrimos finalmente que Iosef sí clamó, sí suplicó a sus hermanos… pero ellos no lo escucharon: “Somos culpables por nuestro hermano,  vimos su angustia cuando clamó a nosotros pero no escuchamos” (Gen 42:21). ¿Por qué la Torá no nos dijo en la Parashá Vaiéshev que Iosef habló y suplicó?  Quizá para que nosotros sintiéramos directamente la indiferencia de los hermanos. Iosef clama y nosotros, al igual que sus hermanos, no lo oímos. La Torá nos transmite su enseñanza de manera vivencial y dura.

Quizás Shimón también implore y clama, pero ellos no están dispuestos a escucharlo.

La dificultad de escuchar, la dificultad de aceptar la voz del prójimo, es un tema central en las relaciones entre los hijos de Iaakov.

En este momento, rememoran frente a Iosef el clamor del hermano menor que arrojaron al pozo y a quien no quisieron oír. Hablan entre ellos y aún hacen caso omiso a la presencia del otro. Iosef oye, Iosef entiende, y ellos no lo toman en cuenta, ya que suponen que no los comprende. Y si no comprende, no tiene importancia. ¡Hablemos frente a él sin tenerlo en cuenta!

Iosef, en cambio, está atento a los problemas de los demás. Está atento al prójimo y abierto a oír (escuchar y comprender). Es por ello que tiene la capacidad de interpretar sueños, que son la lengua oculta de Dios y del alma.

Los hermanos están ocupados cada uno en sí mismo y no están disponibles espiritualmente para darle al prójimo un espacio existencial: Iosef está allí y ellos no lo reconocen. Shimón está allí, pero ellos no lo oyen. Iaakov exclama: “Ustedes me están dejando sin hijos. ¡Iosef ya no está con nosotros, ni Shimón tampoco, y ahora van a llevarse a Biniamin!” (Gen 42:36), mas los hijos no son capaces de entender su demanda. ¡A tal punto que Reuvén propone agrandar el daño!: “Puedes matar a mis dos hijos”… ¡son los nietos de Iaakov! ¡En lugar de tres, Reuvén propone agrandar la pérdida a cinco!

La prueba de Iosef los obliga a sentir en carne propia lo que es no ser escuchado. Ellos le dicen quiénes son y cuáles son sus intenciones, pero él hace como si no escuchara y decide que son espías: “Nosotros, tus siervos, nunca hemos sido espías… Somos doce hermanos, hijos de un buen hombre” (Gen 42:11-13) Ninguna explicación es válida: “¡Tal como les dije! ¡Ustedes son espías!” (Gen 42:14). Ellos sienten la desesperanza de aquél que habla y no es oído.

La larga y difícil prueba que Iosef los obliga a pasar, produce en ellos una revolución espiritual y les hace comprender lo que no habían entendido hasta ahora. Comienzan a escucharse los unos a los otros, salen de la burbuja que los mantenía aislados y son capaces ahora de ver la existencia del otro.

Esta revolución espiritual es la base del desarrollo del pueblo de Israel, el pueblo que está preparado a recibir la Torá, a oír la voz de Dios, a elevar la existencia de la humanidad a un nivel de respeto positivo y a leer, por la noche y por la mañana, para escuchar y comprender.

Parashat Vaieshev

Share This:

Generalmente, le damos poca importancia a las pequeñas acciones y a las palabras dichas al pasar. Como si no tuvieran influencia. Como si consecuencias cruciales dependieran sólo de hechos importantes y reflexionados. Como si los cambios drásticos de la historia estuvieran solo en manos de personas famosas, experimentadas y conocidas en el área en donde se produce el gran cambio. Esta es una opinión bastante difundida.

Nuestra parashá nos muestra una realidad diferente. Mucho más trivial, mucho más cotidiana, mucho más “nuestra”. Una realidad que parece casual… aunque no lo es.

Iaakov envía a Iosef a buscar a sus hermanos, que sacaron a pastar el ganado de su padre en Shejem. Iosef no los encuentra. Deambula por la zona pero no logra ver a dónde fueron.

Hasta aquí, se trata de una situación que podría también sucedernos a nosotros: quedamos en encontrarnos con alguien en un lugar, pero nos desencontramos. ¿Qué hacemos? Esperamos, buscamos y después de un cierto tiempo, nos vamos. Esta vez no nos vimos; ya lo haremos ulteriormente.

En la Parashá, sin embargo. Iosef se topa con un hombre anónimo, cuyo único rol es preguntarle “¿qué precisas?” Es decir, “¿Se te perdió algo? ¿Te perdiste? ¿Puedo ayudarte?” Un hecho cotidiano, sencillo, amable pero sencillo. Una acción realizada por una persona anónima. Un hecho que no debería ser la base de una revolución sustancial. “Fueron a Dotán”, ése es todo el aporte que este hombre anónimo hace al relato.

¿Realmente?

Pues bien, si este hombre no se hubiera interesado en Iosef y no le hubiera dado esa información casi trivial, Iosef no hubiera sido vendido a Egipto, ni hubiera llegado a ser visir, ni hubiera traído a su padre y a sus hermanos a la diáspora en
Egipto; nosotros no hubiéramos caído en la esclavitud en una tierra extraña, ni hubiéramos sido rescatados, ni hubiéramos recibido la Torá en el monte Sinaí, ni hubiéramos entrado en la Tierra Prometida y nuestra esclavitud no hubiera sido ejemplo y base de mitzvot tan fundamentales para la civilización judía como Shabat, amor al prójimo, respeto por el esclavo y pago de indemnización por la esclavitud, justicia judicial, justicia para los desprotegidos, justicia social y ayuda al necesitado.

Es por este hombre anónimo y su ínfima acción que nuestra historia se desarrolló como se desarrolló.

El Santo Bendito es Él ya le había dicho a Abraham que su simiente sería esclava en una tierra extraña y que Él redimiría a sus descendientes. Pero en esa ocasión no determinó ni el lugar, ni el tiempo, ni la forma en que se desarrollarían los hechos, quiénes exactamente estarían implicados y cómo reaccionarían. Todo esto estaba en manos de los seres humanos.

Y ese hombre anónimo, con su acción trivial, cambió la historia.

Todos nosotros somos ese hombre anónimo: jamás debemos despreciar la importancia de lo que cada uno de nosotros puede hacer y no hemos de olvidar la potencia de nuestras palabras: su fuerza constructiva y su poder de destrucción.

Parshat Va-Ishlaj

Share This:

Llegamos a lo de tu hermano Esav y él también viene hacia ti junto con cuatrocientos hombres” (Génesis 32:7 (6) )

¿Qué transmitieron, de hecho, los enviados de Iaakov? Una conocida interpretación dice que Esav iba en pie de guerra: “Llegamos a lo de tu hermano, pero él se comporta como Esav, quien te odia” (Bereshit Raba, Pseudo-Ionatán, Rashi, Radak). Otros consideran que el informe se limitó a los hechos mismos: “Él viene a verte al igual que tú vas a verlo a él” (Ibn Ezra, Najmánides). Otros exégetas ven aquí la alegría del rencuentro: “Esav llega con un gran cortejo para recibir a su hermano con alegría y fanfarria” (Rashbam, Jizkuni).

¿Cómo se ha de transmitir una noticia? ¿Cómo se le da a alguien el mensaje de un tercero?

Si bien no hay una sola manera, no hay un método único, existen tres características básicas que deben ponerse en juego: visión objetiva, empatía y control de la sensibilidad emocional.

Visión objetiva: basarse en hechos, sin agregar u omitir datos.

Empatía: intentar comprender lo que siente quien recibe la noticia, sin comprometerse afectivamente. Los afectos y las emociones pueden llevarnos a no comprender los sentimientos de nuestro prójimo y a ocuparnos, más bien, de nuestros propios sentimientos, reaccionando sólo según ellos.

Control de la sensibilidad emocional: comprender los procesos afectivos por los que pasamos para evitar la intromisión de nuestros sentimientos. Nuestros sentimientos pueden llevarnos ya a reaccionar de manera fría y distante (pues la noticia nos resulta insoportable), ya a la sobreexcitación, o bien a decidir no revelar información que nos resulta dura (consideramos que revelarla sería una crueldad para con el oyente). En otras palabras, nuestros sentimientos nos impiden comprender los sentimientos del otro, encandilan nuestro espíritu y pueden llevarnos a reaccionar de manera paternalista (“mis sentimientos saben mejor lo que él o ella necesitan”). Por otro lado, no debemos ni anular ni neutralizar nuestros sentimientos, ya que el desafío aquí es controlarlos.

Estas tres características deben conjugarse al transmitir una noticia, ya sea buena o mala. Si ponemos en acción tan sólo una de ellas, corremos el riesgo de transmitir un mensaje incorrecto, inapropiado y cuyas consecuencias pueden ser desastrosas; aún teniendo la mejor de las intenciones… como los envidos de Iaakov.

Ellos fallaron en dos de las tres características. Fueron objetivos en su informe, pero no fueron empáticos, ni midieron el alcance de sus sentimientos. Describieron hechos sin tomar en cuenta la situación de Iaakov, su difícil relación con Esav, sus miedos, la amenaza de muerte por la que tuvo que huir del lugar al cual está regresando ahora. Quizás sintieron que sería mejor que Iaakov no regresara a su tierra. Quizás estaban llenos de inquina contra Esav. Quizás intentaron no influir sobre Iaakov y sólo se limitaron a algo objetivo. Sea como fuere, no pusieron en juego una sensibilidad emocional acorde a la situación de Iaakov.

Sólo transmitieron hechos desprovistos de contexto. Una hiperobjetividad, que de hecho no fue objetiva, ya que omitió el contexto, que forma parte integral de la realidad.

Así, dieron lugar a que los miedos y las sospechas de Iaakov tiñeran la información con gamas de destrucción y perdición. Lo invadió la angustia del ayer, impidiéndole juzgar la realidad actual, realidad que es totalmente diferente.

No es fácil poner en marcha estas tres características para transmitir una noticia. Difíciles en especial son la empatía y el control de la sensibilidad emocional. Empero, renunciar a ellas es equivalente a desentenderse de la enorme responsabilidad de ser emisario.

Parshat Va-ietzé

Share This:

Iaakov es un personaje muy complejo, que nos enfrenta a dilemas y vivencias muy cercanos a nuestra propia vida. La manera que tiene de responder a los desafíos que se le presentan nos impele a reflexionar sobre nuestras propias convicciones, nuestros principios, nuestra fe. ¿Cómo hubiéramos reaccionados nosotros en su lugar? ¿Qué nos enseña a nosotros, sus descendientes, a través de su comportamiento?

La duda en nuestra confianza en Dios es una situación bastante común en nuestra vida. Estamos acostumbrados a pensar que esto es el fruto de los tiempos modernos, de esta época de escepticismo espiritual producto de la visión científica que reina en la sociedad moderna.

Sin embargo, nuestra parashá nos muestra que esta duda existió siempre. La encontramos en Abraham y en Itzjak, mintiendo con respecto a sus mujeres por temor a que los habitantes locales los maten… ¡a pesar de la promesa de Dios de protegerlos!

En el caso de Iaakov, la encontramos cuando comienza a plantear condiciones para creer o confiar en Dios. La Torá dice: “Iaakov hizo una promesa, diciendo: ‘Si Dios estará conmigo, protegiéndome en el camino que emprendo, dándome pan para comer y ropa para vestir, y si regreso salvo a la casa de mi padre, el Señor será entonces mi Dios’” (Gen. 28:20-21)

Iaakov plantea una serie de condiciones para aceptar al Santo, Bendito es Él, como su Dios: “Si me da esto, eso y aquello, entonces será mi Dios”.

Muchos exégetas rechazan la idea de que Iaakov haya puesto condiciones. Algunos dicen que nuestro patriarca, de hecho, temía que sus malos impulsos pudieran llevarlo a cometer errores que anularían su derecho a la protección divina (Radak y Jizkuni, entre otros). Otros consideran que no se trata de condiciones, sino que de un juramento: “Una vez que Dios haya hecho todo lo que me prometió, yo lo adoraré aquí, en este mismo lugar” (Najmánides, Rabenu Bahya ben Asher, Rabi Jaim Paltiel, Rosh, Keli Iakar).

Pero una lectura simple y directa de estos versículos nos presenta, ante todo, la duda, el dilema, la falta de confianza de nuestro patriarca Iaakov. No tiene la certeza de que lo que Dios le prometió se cumplirá: quizás sí, quizás no. Iaakov está al comienzo de su recorrido espiritual: recibió la fe y la confianza en Dios de sus padres y abuelos; pero aún no desarrolló su fe personal. Hasta ahora, sus experiencias de vida pudieron haberle implantado justamente la duda en la confianza, mas no la seguridad: su padre prefiere a su hermano, él recibe su bendición por medio de un engaño, pero es una bendición destinada a quien se llama Esav; su madre le aseguró que si algo salía mal a causa del engaño, ella se haría cargo de las consecuencias (“Que tu maldición caiga sobre mí, hijo mío”), mas ahora es Iaakov quien debe huir y su madre no se presenta para defenderlo.

Esta duda no es sólo suya. También lo es nuestra. Ya sea a nivel personal o a nivel nacional, como individuos o como pueblo judío, nos encontramos día a día dentro de la bruma de la confianza en la promesa de Dios al pueblo judío. Creemos… y nos preguntamos. Confiamos… y dudamos. A veces sentimos que no tenemos en quién apoyarnos, salvo nuestro Padre celestial… y a veces simplemente sentimos que no tenemos en quién apoyarnos; punto.

El crecimiento espiritual, el diálogo con el Santo, Bendito es Él, no se logra sin dudas. Se logra en la confrontación profunda con nuestras dudas espirituales y reconstruyendo a diario nuestra confianza en Dios. El desarrollo espiritual de Iaakov es el símbolo de esta confrontación, de este camino que va de la duda a la comprensión profunda de la relación entre Dios y Su Pueblo Israel. Iaakov aprendió en su juventud cuán difícil es confiar, pero con el tiempo comprendió que aunque “mi padre y mi padre me han abandonado, el Señor me acogerá” (Salmo 27:10). Es entonces en donde se transforma en Israel y deja de ser sólo Iaakov. Iaakov impone condiciones, Israel expresa su reconocimiento a Dios. Iaakov huye, Israel regresa. Iaakov está lleno de dudas, Israel busca la confianza. Iaakov espera una sola y única respuesta a sus necesidades, Israel comprende que la vida es muy compleja y que no hay una sola solución posible para cada desafío que encontramos. Como está escrito: “Aunque vaya por el valle de tinieblas, no temeré ningún mal, pues Tú estás conmigo” (Salmo 23:4)

Parshat Toldot

Share This:

Uno de los desafíos que nos propone la parashá “Toldot” es el grado de independencia o de dependencia que desarrollamos en la relación padres-hijos.

La Torá comienza la parashá diciendo: “Estas son las generaciones de Itzjak” [ve-ele toledot Itzjak]. Sin embargo no continúa enumerando los descendientes de Itzjak (como sí lo hace en otros casos similares), sino que vuelve a hablar de la descendencia de Abraham: “Abraham engendró a Itzjak”. Un célebre midrash dice que Dios formó el rostro de Itzjak idéntico al de Abraham para que todos sepan que fue Abraham quien engendró a Itzjak (Midrash Agadá Bereshitm 25:19 y también Rashi). Quizás nuestros Sabios sintieron cuán difícil fue para Itzjak independizarse de la imagen de su padre. Varias veces dentro de esta parashá encontramos a Itzjak imitando el comportamiento de Abraham. Sus resultados, sin embargo, son menos exitosos. La imitación de los éxitos de la generación precedente no es una garantía de buenos resultados en esta generación.

La relación de dependencia que Itzjak tenía con su padre, o bien la dificultad de Abraham de dejar que su hijo de la vejez se desarrolle en libertad, obstaculizaron la marcha independiente de Itzjak. ¿Quién sabe? ¿Quizás el relato del sacrificio de Itzjak simbolice la inmolación del hijo dependiente en el altar del padre sofocante? Y Dios le dice: “¡Déjalo andar!”

Una enseñanza para todas las generaciones.

Luego vemos a los hermanos Esav y Iaakov confrontándose a la difícil impronta que les impusieron sus padres: los nombres, que fijan un comportamiento; la preferencia, que fija un comportamiento. Los nombres: Esav, un hombre de acción (esav-aso = alef-samaj-vav = hacer), un hombre de trabajo manual. Una persona práctica carente de todo pensamiento, reflexión o análisis, carente de toda capacidad de evaluar. Es un hombre del aquí y ahora: hace o muere. Y Iaakov, una persona que logra su meta de manera indirecta: acecha [okev], esquiva [okef] , sigue de cerca [meaqev], obstaculiza [meakev]. Ambos imitan lo que sus padres establecieron para ellos y todos, padres e hijos, se internan en una seria de acciones-errores que no hacen más que eternizar la dificultad de reconocer el valor y la diferencia de cada uno y el valor de la diferencia de cada uno.

También ésta es una enseñanza para todas la generaciones.

Tomará dos parshiot, veintiún años y mucho sufrimiento de ambos lados (principalmente del de Yaakov) hasta que los hermanos lleguen al punto de independizarse de la repetición de la impronta parental… y se encuentran, y se rencuentran, y se conocen, y se reconocen… pero las heridas y las cicatrices van a perdurar.

Todos querían lo mejor para sus hijos. Pero no siempre veían a sus hijos. En realidad, se veían a sí mismos reflejados en sus hijos, olvidando que “toldot”, generaciones, se refiere a “hacia adelante” y no “hacia el pasado”. Se refiere a “damos, guiamos, mostramos, enseñamos… y ustedes sigan su camino sin imitar”.