Hay quienes dicen que una de las características que diferencia al Ser Humano de los animales es su capacidad de autopercibirse. El Ser Humano puede pensarse a sí mismo, analizarse a sí mismo.
Pero además, también tiene la posibilidad de pensar a los otros, de percibir la existencia del prójimo. Deberíamos cambiar la definición de esa “característica de diferenciación” diciendo que el Ser Humano se diferencia de los animales por su capacidad de percibir, de pensar, simultáneamente a sí mismo y a los otros.
Esto no significa, lamentablemente, que pongamos efectivamente en práctica esa capacidad. Parece simple, mas es bastante difícil hacer ambas cosas al mismo tiempo con la misma vehemencia. Es decir, pensamos en los otros, sí… pero ¿tenerlos en cuenta cuando el “yo” es el foco? A la inversa, ¿resaltar el “yo” cuando estamos ocupándonos del otro en nuestro máximo altruismo? Estas son dos situaciones consideradas generalmente contradictorias: o eres egoísta, o bien eres altruista.
Esta puede ser, empero, la misión principal que tengamos como Seres Humanos: saber cómo poner en el mismo nivel de intensidad y percepción al “yo” y al “otro”, sin detrimento el uno del otro. Se trata del equilibrio total entre el egoísmo y el altruismo.
Parshat Bereshit nos presenta ejemplos extremos del primer problema: la dificultad de tener en cuenta al otro, la dificultad de salirse del “yo” para ver al otro. Son ejemplos de cómo el “yo” en el centro puede dañar al otro.
El primer caso es el del fruto del Árbol del Conocimiento. Eva vio que el fruto era bueno para comer. Sólo pensó en lo que es bueno para ella (a pesar de saber que este “bueno” estaba prohibido). Inmediatamente llegó a la conclusión de que si es bueno para ella, deber ser bueno para su hombre. No le preguntó, o lo tomó en cuenta. Si es bueno para ella, es inmediatamente bueno para el otro. Adán, por su parte, no se hace cargo de la responsabilidad de lo que hizo. La Tora dice: “Ella le dio a su hombre, que estaba con ella, y él comió”. Él estaba con ella, el vio, ella dio, él comió. Cuando Dios pregunta “¿comiste?”, al respuesta de Adán es: “La mujer que Tú me diste; ella me dio”. Es como si dijera “no soy yo el responsable de esto”: eres Tú, Dios, y la mujer. Adán sólo piensa en sí mismo, evade su responsabilidad y culpa a otro.
El segundo caso es el de la matanza de Abel. Caín trae una ofrenda. Abel lo imita y hasta recibe una gratificación, pero ni agradece a Caín, ni reconoce en momento alguno de que Caín fue el que autor de la idea. Caín no escucha a su hermano (ni siquiera sabemos si Abel tuvo oportunidad de hablarle): él es que habla, el que se enoja y el que mata. Hay un midrash muy interesante en Bereshit Rabá (22:7) que explica que Caín y Abel discutieron sobre a quién le pertenece cada cosa en el mundo. Ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a nada a favor del otro, ninguno estaba dispuesto a compartir. “Yo” y “mío” son las ideas dominantes en la discusión, sin lugar para el “otro”. Nuevamente aquí, cuando Dios le pregunta a Caín, éste evade la responsabilidad y culpa, ahora sutilmente, a otro (culpa a Dios, como su padre): “¿Soy yo el guardián de mi hermano?” ¿Yo soy el guardián? ¿No deberías serlo Tú, más bien, Dios? Caín sólo piensa en sí mismo, en su enojo y en la ofensa que le produjeron.
Después de la historia de la creación del Ser Humano, en el segundo capítulo de Génesis, Dios declara: “No es bueno que el Humano esté solo”. Esta frase se refiere, mas bien, a que no es bueno que el Ser Humano se vea a sí mismo como el único en la Creación, que se crea el único que vale la pena, el único con la idea correcta. Otro interesante midrash dice:
“El Santo, Bendito es Él, dijo: Yo estoy solo en Mi mundo y él está sólo en el suyo. Yo no me reproduzco y él no se reproduce. Las creaturas podrían decir “ya que él no se reproduce, ¡debe de ser nuestro creador!” No es bueno que el Humano esté solo” (Pirké de Rabi Eliezer 12).
No es bueno que el Ser Humano se considere a sí mismo Dios, solo y omnipotente. Porque en este caso no tundra en cuenta a su prójimo y será destructivo, en lugar de constructivo.
El “yo” es importante para exclamar “heme aquí”, para decir “yo existo, pero no solo”, “estoy aquí para mí y para los otros”. Esta es la característica humana que nos diferencia de los animales. Y tenemos que activarla.
Siguiendo el dicho de Hilel: “Si yo no estoy para mí, ¿quién lo estará? Pero si sólo estoy para mí ¿quién soy?”
Quizás toda la Torá no se trate más que de esto, desde el Brit Milá hasta Shabat, desde Kashrut hasta las relaciones íntimas prohibidas, desde la prohibición de robar hasta la construcción de una baranda, desde el primer diezmo hasta el comer matzá, desde “Ama a Dios” hasta “Habréis de amar al extranjero”, pasando por “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.