Archivo por meses: noviembre 2014

Purim katán

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Mishenijnás Adar marbim besimjá”: Desde que empieza Adar tenemos que aumentar la alegría. Los sentimientos son espontáneos ¿podemos entonces alegrarnos sólo porque tenemos el deber de hacerlo? No. Esto nos enseña que conviven en nosotros permanentemente los sentimientos encontrados: la angustia y la alegría, la tristeza y la felicidad. Como cuando Yaakov estaba por rencontrarse con su hermano Esav: por un lado estaba la alegría del rencuentro, del regreso, y por otro lado el temor y la angustia. El Zohar nos explica (Vaishlaj 48-49):

Yaakov era el árbol de la vida ¿por qué temía? Esav no podía realmente dominarlo. Es más, también está escrito: ‘Yo estaré contigo y Te protegeré por donde andes’ (Gen. 28:15), ¿por qué tenía miedo? Además está escrito: ‘lo alcanzaron ángeles de Dios’ (Gen. 32:2), y si lo protegían los santos ángeles, ¿por qué temía? Todo esto es cierto, pero Yaakov no quería encomendarse a los milagros de Dios porque no se consideraba digno. A pesar de que la persona sea justa, debe temer y clamar a Dios en su oración, como está escrito (Proverbios 28:14) ‘Bienaventurado el hombre que teme siempre, mientras que quien endurece su corazón caerá en desgracia

El santuario, Dios y nosotros

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Cuando Moshé le transmite al pueblo de Israel las órdenes de Dios referentes al Mishkán, el Tabernáculo del desierto, qué hacer y cómo hacerlo, la Torá repite los mismos datos de los que ya había hablado diez capítulos antes. La parashá Va-iakhel parece copiar de forma rutinaria la parashá Terumá.

Sin embargo, hay una pequeña omisión, una pequeña frase que Moshé no transmitió:

Ve-asú li mikdash ve-shajantí betojam”, “Me harán un santuario y residiré entre ellos” (Éxodo 25:8).

¿Cómo es posible que algo tan importante, el motivo y la meta mismos de la construcción del Tabernáculo, se le haya escapado a Moshé de la memoria?

Quizás no se le olvidó.

Quizás Moshé nos dio la interpretación de lo que tiene que ser esta construcción.

Veamos: Dios le dijo a Moshé, antes de darle la lista de lo que hay que construir: “Me harán un santuario y residiré entre ellos”. Y Moshé, antes de transmitirle al pueblo las instrucciones de la construcción, les dijo: “Durante seis días se hará la labor, pero en el séptimo día habrá para vosotros algo sagrado (“ihié lajem kódesh”)” (Éxodo 35:2)

Moshé no dice que el séptimo día habrá de ser sagrado, sino que EN el séptimo día (“U-VAiom hashevií”) habrá para vosotros algo sagrado (“ihié lajem kódesh”).

Ese es el santuario, el Mikdash (Kodesh y Mikdash derivan de la misma raíz en hebreo) que hay que construir para que Dios esté entre nosotros, Ese es el verdadero Templo ambulante, el verdadero lugar sagrado. No es un lugar físico: es el Shabat,  una isla dentro del tiempo construida con nuestra alma, poniendo entre paréntesis la semana de corridas, de preocupaciones, de deseos, y dando lugar a una dimensión diferente, que nos revela su sacralidad.

Moshé nos enseña que la orden de Dios: “Me harán un santuario”, quiere decir: “En el séptimo día habrá para vosotros algo sagrado”, que nosotros mismos debemos construir para que Dios residen en medio de nosotros: “y residiré entre ellos”.

Seamos buenos constructores de lo sagrado

Parshat Va-ietzé

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Iaakov es un personaje muy complejo, que nos enfrenta a dilemas y vivencias muy cercanos a nuestra propia vida. La manera que tiene de responder a los desafíos que se le presentan nos impele a reflexionar sobre nuestras propias convicciones, nuestros principios, nuestra fe. ¿Cómo hubiéramos reaccionados nosotros en su lugar? ¿Qué nos enseña a nosotros, sus descendientes, a través de su comportamiento?

La duda en nuestra confianza en Dios es una situación bastante común en nuestra vida. Estamos acostumbrados a pensar que esto es el fruto de los tiempos modernos, de esta época de escepticismo espiritual producto de la visión científica que reina en la sociedad moderna.

Sin embargo, nuestra parashá nos muestra que esta duda existió siempre. La encontramos en Abraham y en Itzjak, mintiendo con respecto a sus mujeres por temor a que los habitantes locales los maten… ¡a pesar de la promesa de Dios de protegerlos!

En el caso de Iaakov, la encontramos cuando comienza a plantear condiciones para creer o confiar en Dios. La Torá dice: “Iaakov hizo una promesa, diciendo: ‘Si Dios estará conmigo, protegiéndome en el camino que emprendo, dándome pan para comer y ropa para vestir, y si regreso salvo a la casa de mi padre, el Señor será entonces mi Dios’” (Gen. 28:20-21)

Iaakov plantea una serie de condiciones para aceptar al Santo, Bendito es Él, como su Dios: “Si me da esto, eso y aquello, entonces será mi Dios”.

Muchos exégetas rechazan la idea de que Iaakov haya puesto condiciones. Algunos dicen que nuestro patriarca, de hecho, temía que sus malos impulsos pudieran llevarlo a cometer errores que anularían su derecho a la protección divina (Radak y Jizkuni, entre otros). Otros consideran que no se trata de condiciones, sino que de un juramento: “Una vez que Dios haya hecho todo lo que me prometió, yo lo adoraré aquí, en este mismo lugar” (Najmánides, Rabenu Bahya ben Asher, Rabi Jaim Paltiel, Rosh, Keli Iakar).

Pero una lectura simple y directa de estos versículos nos presenta, ante todo, la duda, el dilema, la falta de confianza de nuestro patriarca Iaakov. No tiene la certeza de que lo que Dios le prometió se cumplirá: quizás sí, quizás no. Iaakov está al comienzo de su recorrido espiritual: recibió la fe y la confianza en Dios de sus padres y abuelos; pero aún no desarrolló su fe personal. Hasta ahora, sus experiencias de vida pudieron haberle implantado justamente la duda en la confianza, mas no la seguridad: su padre prefiere a su hermano, él recibe su bendición por medio de un engaño, pero es una bendición destinada a quien se llama Esav; su madre le aseguró que si algo salía mal a causa del engaño, ella se haría cargo de las consecuencias (“Que tu maldición caiga sobre mí, hijo mío”), mas ahora es Iaakov quien debe huir y su madre no se presenta para defenderlo.

Esta duda no es sólo suya. También lo es nuestra. Ya sea a nivel personal o a nivel nacional, como individuos o como pueblo judío, nos encontramos día a día dentro de la bruma de la confianza en la promesa de Dios al pueblo judío. Creemos… y nos preguntamos. Confiamos… y dudamos. A veces sentimos que no tenemos en quién apoyarnos, salvo nuestro Padre celestial… y a veces simplemente sentimos que no tenemos en quién apoyarnos; punto.

El crecimiento espiritual, el diálogo con el Santo, Bendito es Él, no se logra sin dudas. Se logra en la confrontación profunda con nuestras dudas espirituales y reconstruyendo a diario nuestra confianza en Dios. El desarrollo espiritual de Iaakov es el símbolo de esta confrontación, de este camino que va de la duda a la comprensión profunda de la relación entre Dios y Su Pueblo Israel. Iaakov aprendió en su juventud cuán difícil es confiar, pero con el tiempo comprendió que aunque “mi padre y mi padre me han abandonado, el Señor me acogerá” (Salmo 27:10). Es entonces en donde se transforma en Israel y deja de ser sólo Iaakov. Iaakov impone condiciones, Israel expresa su reconocimiento a Dios. Iaakov huye, Israel regresa. Iaakov está lleno de dudas, Israel busca la confianza. Iaakov espera una sola y única respuesta a sus necesidades, Israel comprende que la vida es muy compleja y que no hay una sola solución posible para cada desafío que encontramos. Como está escrito: “Aunque vaya por el valle de tinieblas, no temeré ningún mal, pues Tú estás conmigo” (Salmo 23:4)

Parshat Toldot

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Uno de los desafíos que nos propone la parashá “Toldot” es el grado de independencia o de dependencia que desarrollamos en la relación padres-hijos.

La Torá comienza la parashá diciendo: “Estas son las generaciones de Itzjak” [ve-ele toledot Itzjak]. Sin embargo no continúa enumerando los descendientes de Itzjak (como sí lo hace en otros casos similares), sino que vuelve a hablar de la descendencia de Abraham: “Abraham engendró a Itzjak”. Un célebre midrash dice que Dios formó el rostro de Itzjak idéntico al de Abraham para que todos sepan que fue Abraham quien engendró a Itzjak (Midrash Agadá Bereshitm 25:19 y también Rashi). Quizás nuestros Sabios sintieron cuán difícil fue para Itzjak independizarse de la imagen de su padre. Varias veces dentro de esta parashá encontramos a Itzjak imitando el comportamiento de Abraham. Sus resultados, sin embargo, son menos exitosos. La imitación de los éxitos de la generación precedente no es una garantía de buenos resultados en esta generación.

La relación de dependencia que Itzjak tenía con su padre, o bien la dificultad de Abraham de dejar que su hijo de la vejez se desarrolle en libertad, obstaculizaron la marcha independiente de Itzjak. ¿Quién sabe? ¿Quizás el relato del sacrificio de Itzjak simbolice la inmolación del hijo dependiente en el altar del padre sofocante? Y Dios le dice: “¡Déjalo andar!”

Una enseñanza para todas las generaciones.

Luego vemos a los hermanos Esav y Iaakov confrontándose a la difícil impronta que les impusieron sus padres: los nombres, que fijan un comportamiento; la preferencia, que fija un comportamiento. Los nombres: Esav, un hombre de acción (esav-aso = alef-samaj-vav = hacer), un hombre de trabajo manual. Una persona práctica carente de todo pensamiento, reflexión o análisis, carente de toda capacidad de evaluar. Es un hombre del aquí y ahora: hace o muere. Y Iaakov, una persona que logra su meta de manera indirecta: acecha [okev], esquiva [okef] , sigue de cerca [meaqev], obstaculiza [meakev]. Ambos imitan lo que sus padres establecieron para ellos y todos, padres e hijos, se internan en una seria de acciones-errores que no hacen más que eternizar la dificultad de reconocer el valor y la diferencia de cada uno y el valor de la diferencia de cada uno.

También ésta es una enseñanza para todas la generaciones.

Tomará dos parshiot, veintiún años y mucho sufrimiento de ambos lados (principalmente del de Yaakov) hasta que los hermanos lleguen al punto de independizarse de la repetición de la impronta parental… y se encuentran, y se rencuentran, y se conocen, y se reconocen… pero las heridas y las cicatrices van a perdurar.

Todos querían lo mejor para sus hijos. Pero no siempre veían a sus hijos. En realidad, se veían a sí mismos reflejados en sus hijos, olvidando que “toldot”, generaciones, se refiere a “hacia adelante” y no “hacia el pasado”. Se refiere a “damos, guiamos, mostramos, enseñamos… y ustedes sigan su camino sin imitar”.