Iaakov es un personaje muy complejo, que nos enfrenta a dilemas y vivencias muy cercanos a nuestra propia vida. La manera que tiene de responder a los desafíos que se le presentan nos impele a reflexionar sobre nuestras propias convicciones, nuestros principios, nuestra fe. ¿Cómo hubiéramos reaccionados nosotros en su lugar? ¿Qué nos enseña a nosotros, sus descendientes, a través de su comportamiento?
La duda en nuestra confianza en Dios es una situación bastante común en nuestra vida. Estamos acostumbrados a pensar que esto es el fruto de los tiempos modernos, de esta época de escepticismo espiritual producto de la visión científica que reina en la sociedad moderna.
Sin embargo, nuestra parashá nos muestra que esta duda existió siempre. La encontramos en Abraham y en Itzjak, mintiendo con respecto a sus mujeres por temor a que los habitantes locales los maten… ¡a pesar de la promesa de Dios de protegerlos!
En el caso de Iaakov, la encontramos cuando comienza a plantear condiciones para creer o confiar en Dios. La Torá dice: “Iaakov hizo una promesa, diciendo: ‘Si Dios estará conmigo, protegiéndome en el camino que emprendo, dándome pan para comer y ropa para vestir, y si regreso salvo a la casa de mi padre, el Señor será entonces mi Dios’” (Gen. 28:20-21)
Iaakov plantea una serie de condiciones para aceptar al Santo, Bendito es Él, como su Dios: “Si me da esto, eso y aquello, entonces será mi Dios”.
Muchos exégetas rechazan la idea de que Iaakov haya puesto condiciones. Algunos dicen que nuestro patriarca, de hecho, temía que sus malos impulsos pudieran llevarlo a cometer errores que anularían su derecho a la protección divina (Radak y Jizkuni, entre otros). Otros consideran que no se trata de condiciones, sino que de un juramento: “Una vez que Dios haya hecho todo lo que me prometió, yo lo adoraré aquí, en este mismo lugar” (Najmánides, Rabenu Bahya ben Asher, Rabi Jaim Paltiel, Rosh, Keli Iakar).
Pero una lectura simple y directa de estos versículos nos presenta, ante todo, la duda, el dilema, la falta de confianza de nuestro patriarca Iaakov. No tiene la certeza de que lo que Dios le prometió se cumplirá: quizás sí, quizás no. Iaakov está al comienzo de su recorrido espiritual: recibió la fe y la confianza en Dios de sus padres y abuelos; pero aún no desarrolló su fe personal. Hasta ahora, sus experiencias de vida pudieron haberle implantado justamente la duda en la confianza, mas no la seguridad: su padre prefiere a su hermano, él recibe su bendición por medio de un engaño, pero es una bendición destinada a quien se llama Esav; su madre le aseguró que si algo salía mal a causa del engaño, ella se haría cargo de las consecuencias (“Que tu maldición caiga sobre mí, hijo mío”), mas ahora es Iaakov quien debe huir y su madre no se presenta para defenderlo.
Esta duda no es sólo suya. También lo es nuestra. Ya sea a nivel personal o a nivel nacional, como individuos o como pueblo judío, nos encontramos día a día dentro de la bruma de la confianza en la promesa de Dios al pueblo judío. Creemos… y nos preguntamos. Confiamos… y dudamos. A veces sentimos que no tenemos en quién apoyarnos, salvo nuestro Padre celestial… y a veces simplemente sentimos que no tenemos en quién apoyarnos; punto.
El crecimiento espiritual, el diálogo con el Santo, Bendito es Él, no se logra sin dudas. Se logra en la confrontación profunda con nuestras dudas espirituales y reconstruyendo a diario nuestra confianza en Dios. El desarrollo espiritual de Iaakov es el símbolo de esta confrontación, de este camino que va de la duda a la comprensión profunda de la relación entre Dios y Su Pueblo Israel. Iaakov aprendió en su juventud cuán difícil es confiar, pero con el tiempo comprendió que aunque “mi padre y mi padre me han abandonado, el Señor me acogerá” (Salmo 27:10). Es entonces en donde se transforma en Israel y deja de ser sólo Iaakov. Iaakov impone condiciones, Israel expresa su reconocimiento a Dios. Iaakov huye, Israel regresa. Iaakov está lleno de dudas, Israel busca la confianza. Iaakov espera una sola y única respuesta a sus necesidades, Israel comprende que la vida es muy compleja y que no hay una sola solución posible para cada desafío que encontramos. Como está escrito: “Aunque vaya por el valle de tinieblas, no temeré ningún mal, pues Tú estás conmigo” (Salmo 23:4)