La disputa es normal entre los seres humanos. Cada uno de nosotros tiene la capacidad y la libertad de tener ideas personales: convicciones diferentes pueden derivar en una discusión. Las discusiones pueden ser una fuente de enriquecimiento espiritual y de desarrollo de la personalidad y de las relaciones interpersonales. Sin embargo hay veces en que ellas derivan en conflicto y hasta en contienda.
Podríamos definir tres niveles: discusión (que puede ser enriquecedora y fructífera), conflicto (en el que cada uno queda fijado en su propia posición sin respetar la idea del otro) y la contienda (en donde el conflicto se vuelve violento: no sólo ya no hay respecto por la posición contraria, sino que se la intenta silenciar por medio del sometimiento físico).
Los dos primeros niveles, la discusión y el conflicto, están basados sobre el desacuerdo de ideas: son típicamente humanos. La contienda, por otro lado, agrega la violencia verbal y física, un comportamiento animal en el que las ideas ya no son importantes: sólo lo es el poder físico de subyugar al enemigo.
Todos corremos el riesgo de pasar del conflicto a la contienda, aunque ésta sea una reacción animal. Debemos, entonces, hacer todos los esfuerzos por alejarnos de esta opción destructiva.
¿Y qué pasa con el conflicto? ¿No deberíamos evitarlo? Bueno, hay veces que lo logramos. Pero en general nos es más fácil quedarnos fijados en nuestras concepciones y no otorgarle sustancia a la idea del prójimo. Esta fijación es la razón del paso de una discusión a un conflicto. No siempre, entonces, podemos evitar el conflicto. En lugar de evitarlo, sería quizás más positivo y eficaz aprender cómo controlarlo para no derivar en una contienda y cómo salirnos de él, una vez que hemos entrado en un conflicto.
Tratar un conflicto de manera constructiva depende de nuestra capacidad de respetar al prójimo. Respeto significa otorgar a la otra persona significado, existencia, peso. En Hebreo, la palabra respeto, kavod, se relaciona con peso, koved. No tenemos necesariamente que estar de acuerdo con la concepción de nuestro prójimo; pero debemos otorgarle sustancia y existencia. De esta forma las dos concepciones, la mía y la de él, persisten.
Esta postura debe estar presenta en las dos pares de un conflicto. Cada uno debe saber y aceptar que uno es igual al otro en lo que hace a sus ideas y puntos de vista, aun cuando no puedan estar de acuerdo. Si uno piensa que el otro es inferior, vil, deplorable, defectuoso, abyecto… el respeto es inexistente y no es posible un tratamiento constructivo y eficaz del conflicto. Si, por el contrario, uno se piensa a sí mismo como ganador, superior, héroe, aceptado, elevado por encima del otro… tampoco aquí hay respeto. Más aún, si uno acepta al otro por misericordia, piedad, conmiseración, no está siendo más que arrogante y paternalista; pero no ejerce ningún respeto: uno es visto como necesitado, impedido, mientras que el otro es completo y prominente.
A veces, preservar el respeto implica la separación. También ésta es una solución: ambas partes reconocen sus propias limitaciones y la dificultad de vivir juntos. Para preservar la fraternidad, el amor y el respeto mutuo, debemos no forzar a las partes a vivir bajo un mismo techo si esto tiende a crear conflicto.
La relación entre Abraham y Lot era de este tipo. Era muy claro para ellos que la vida en común podría ser posible solamente cuando uno de ellos se sometiera (anulándose) al otro. Con gran sabiduría Abraham declara: “Que no haya una pelea entre tú y yo… pues somos hermanos… sepárate de mí” (Gen. 13:8-9).
El Malbim, en su comentario a estos versículos, explica que la pelea fue provocada porque eran hermanos. El Rabino Samson Raphael Hirsch señala que el versículo no dice “entre nosotros”, sino “entre tú y yo”. Entiendo esto como que Abraham le adjudica a Lot la misma importancia que se adjudica a sí mismo. No dice “No te pelees conmigo”, como si el centro del conflicto fuese Lot. Tampoco dice “entre nosotros” como para opacar las diferencias. “Entre mí”, con mis concepciones y mi existencia, “y tú”, con tus concepciones y tu existencia. Las posiciones son tan opuestas que si continuamos viviendo juntos terminaremos por no respetarnos: trataremos de sojuzgar uno al otro y de anular su individualidad.
¿Esta separación significa cortar las relaciones? ¡No! La prueba llega algunos versículos más adelante, cuando Abraham rescata a Lot del cautiverio. Es más bien como lo explica Rashi: ” ‘Si vas a la izquierda, yo iré a la derecha‘: dondequiera que vayas, no me alejaré de ti y estaré allí para ayudarte y protegerte”.
Hemos discutido, nos quedamos fijados en nuestras concepciones, desarrollamos un conflicto, no pudimos salir de él, pero siempre cuidaremos del respeto mutuo. Por ello, sepárate de mí, para que continuemos siendo hermanos.