El Kotel: Estamos ante un desafío… ¿lo aceptamos o reculamos?

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Los invito a escuchar la entrevista que me han hecho en Radio Jai sobre la decisión del gobierno Israelí de suspender el proceso de trazado de una sección de rezo mixto en el Muro Occidental, el Kotel.

Hagan clic aquí:      El Kotel debe ser un monumento nacional

Kleiner-Tora

 

El jametz de hoy y de entonces

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jametz-matza-libertadPésaj se acerca y los trabajos de limpieza ya han comenzado: Hay quienes limpian, hay quienes piensan en limpiar y hay quienes tan sólo saben de la existencia de aquellos que hacen una limpieza de Pésaj. Sea como fuere, el tema del jametz, del fermento de cereal, es central en esta fiesta, ya que “Se comerá ázimo en estos siete días, ni fermento de cereal ni masa madre se verá dentro de tus fronteras” (Exod. 13:7)

¿Por qué es tan fundamental deshacerse del jametz en una fiesta que nos recuerda la libertad, nuestra liberación de la esclavitud de Egipto?

El fermento de cereal simboliza dos principios esenciales relacionados con la libertad. Tan esenciales son que no es suficiente con tan sólo recordarlos: necesitamos de una acción concreta que los arraigue profundamente en nuestras almas.

En primer lugar, el jametz representa a la cultura egipcia. Egipto era conocido en la antigüedad como la tierra del pan leudado y de la cerveza. El proceso de fermentación de los granos de cereal o de la masa requiere de una pericia peculiar para lograr un producto refinado. Este proceso debe ser controlado para evitar que la masa se arruine y se pudra. Los egipcios eran expertos en este proceso y hay quienes sostienen que, en realidad, fueron los inventores de la técnica. La Dra. Tova Dickstein nos recuerda que el historiador griego Heródoto llamaba a los egipcios “consumidores de pan” (“A new look at Hametz, Matza and everything in between”, sitio web de Ne’ot Kedumim). Aparentemente ése era el mote que tenían los egipcios en el mundo antiguo (H.E. Jacob, “Seis mil años de pan”).

El jametz, el fermento de cereal, tiene pues una íntima relación con Egipto. Se podría decir que es la marca distintiva de esa antigua civilización. Así es, Egipto era conocido por su pan ¡y no por sus pirámides! Evitar el jametz implica desvincularse de la cultura egipcia y adquirir la libertad, independizarse, para establecer y desarrollar una cultura diferente.

Pero, si es así, ¿por qué no evitamos el jametz completamente, en lugar de solamente siete días al año? Pues porque es un símbolo y no es la cosa misma. Evoca algo que debemos recordar cada tanto para evitar que eclipse en la indiferencia creada por la rutina.

Más aún, libertad no significa desdeñar otra cultura, sino independizarse de ella. La cultura egipcia tenía muchos componentes positivos, así como también elementos negativos tales como la esclavitud a la que nos sometieron. Tomamos lo positivo y rechazamos lo negativo. La inclusión del jametz durante el año y su rechazo durante Pésaj nos enseña de manera ostensible la esencia de la emancipación de una cultura extraña y opresora, al igual que el beneficio de realzar los aspectos positivos de la misma.

En segundo lugar, el jametz simboliza la espera. Hay veces en las que es importante esperar, pero en otras ocasiones puede significar perder la oportunidad. Si nuestros ancestros hubieran esperado, en lugar de salir de Egipto cuando Dios les dio la oportunidad, nunca habríamos sido puestos en libertad. En hebreo hay un verbo especial para expresar “perder la oportunidad”: lehajmitz. Deriva, justamente, de jametz y rabí Ioshía dice: “Así como no debes dejar leudar la matzá, tampoco debes dejar leudar [=desaprovechar] una mitzvá; debes cumplirla tan pronto como se te presente la oportunidad” (Mejilta deRabi Ishmael – Bo, Masejta de-Pisja 9). Se trata de una espera negativa, que causa pérdida y destrucción. Evitar el jametz durante los siete días de la Fiesta de la Libertad nos recuerda que hay ciertas oportunidades en las que corremos el riesgo de perder todo si nos demoramos y tan sólo aguardamos.

La desvinculación de una cultura extraña para poder emanciparse de ella, así como aprovechar el momento apropiado para no perder la oportunidad: éstos son dos conceptos fundacionales y esenciales de la civilización judía. Ambos están relacionados con el jametz, el fermento de cereal, y con separarnos de él en vísperas de Pésaj.

¿Quién te da una solución?

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Si todo te enoja, si todo está turbio
No busques afuera, que es todo de adentro.
No traduces bien, no tienes bien los filtros
Que la realidad transcriben en tu ser.

Lo tomas a pecho, como si fuera tuyo
el mundo que solo prestado lo tienes.
Tu ser está hecho de trozos, de parches
que son solo intentos de ver.

De ver en el mundo un orden que ¡bueno!
solo en tu alma fantaseas que hay.
No existe ese orden, no existe ese mundo
Lo sabes y olvidas entender.

Solución no hay, porque no hay un problema
Hay sólo una herida en tu propio ser
herida que nunca sanar tú pudiste
pues quizás herido es tu ser.

Amé como pude, así a los ponchazos
como todos aman, habrá que decir.
Pero dentro tuyo, con filtros fallados
te sientes solo al caer.

En tu cabeza un eco de alma vacía
te aturde en silencio de contradicción.
Das vueltas y vueltas, rumiando tu enojo
que no tiene sentido de ser.

¡Díle te amo! ¡Comienza la vida
que te está esperando desde tu nacer!
Pero se me escapa, ya se me ha escapado
esa fuerza de crecer.

¿Dónde te perdiste? Nunca lo supiste
pero deambulas hace años mil
Y tus elecciones te fueron llevando
por caminos que no son tu ser

Haz tenido logros, haz hecho lo bueno
siempre insatisfecho en la duda cruel
Temiendo, temblando el juicio del otro
inseguro es tu ser.

Te enojas, te escapas de tus sentimientos
lo bueno y lo malo, ahora y después
inundan tu alma y por siempre temes
que mañana llegue el revés.

Solución no hay, pues no hay un problema.
Sólo hay cansancio
en tu herido ser.

Eduardo

Recen por mi muerte

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Cuando el sol se pone en tu mediodía,
es tiempo de irse, pero El se empecina
en dejarte en vilo porque… El lo sabría.
Recen por mi muerte.

Cuando a plena luz la noche resalta
y por más que quieras, no comprendes
hondo en tus entrañas que nada falta.
Recen por mi muerte.

Cuando la risa surge desde tus laderas
pero sólo fluye de allí hacia afuera
porque ya no sientes que es verdadera.
Recen por mi muerte.

Cuando sabes que es delirio,
pero se te impone en tu alma
como única apariencia, falsa y verdadera.
Recen por mi muerte.

Cuando el mundo cambia y te quedaste quieto
perdido en un tiempo que nunca existió,
doliendo el presente y el futuro pasado
Recen por mi muerte

Vivir ya no puedes, morirte tampoco
feliz no lo eres y ni a triste te atreves
tu llanto atrapado ya no te libera.
Y el día no es nuevo.

No es nuevo pues repite incesantemente
el estático tiempo, la pena estancada,
el error que evitas y tu confusa mente.
Un eco nublado.

Y Dios no te abandona, mas tampoco te acoge
Alarga tu vida, porque quizás mañana…
Y mañana es hoy, como todos los días.
Me duele. Me pesa.

Entonces no pidan por seguir presente
lo que hice, hice y lo que no, ¿qué tanto?
Amé como pude, ayudé a la gente
Ya ni me siento amando.

Ayudo hacia afuera, pero adentro el vacío
estridente eco de la confusión
ya ni bueno, ni malo, ni tuyo ni mío.
Recen por mi muerte.

Cuando es el enojo contra todo y todos
y al sobreponerte quedas agotado
amar quisieras de todos los modos
Y solo ves tu enojo.

Recen por mi muerte
que no puedo solo.

Por favor

Eduardo

 

Parshat Lej Lejá “Te bendeciré “: la Providencia Divina y la fe – una continua saga

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lejlejaLa relación entre el Ser Humano y Dios torna alrededor del eje a uno de cuyos extremos se encuentra la Divina Providencia, mientras que al otro se encuentra la fe. Fe, “emuná” en hebreo, se refiere a la confianza. La falta de fe, aún temporaria, el hecho de no confiar totalmente en Dios, ha sido visto a lo largo de la historia como una falla espiritual.

En la diaria realidad humana no siempre logramos creen todo el tiempo y con la misma intensidad. No siempre sentimos a esa Providencia, ese cuidado de Dios… hay veces en los que ni siquiera está activo.

Por lo menos, no tan activo como quisiéramos. Entonces nuestra fe se ve conmovida y nos preguntamos: ¿he dejado de creer? ¿Puedo, acaso, creer o seguir creyendo?

Tendemos a comprender la fe en Dios como un concepto que requiere nuestro total y absoluto compromiso. O todo, o nada. No hay lugar para preguntas, para dudas. Los que preguntan o vacilan no son verdaderos creyentes.

¿Sería posible pensar de manera diferente a la fe o a la persona de fe? ¿Quizás la verdadera fe es el resultado de una lucha interna permanente entre el deseo de que nada malo pase y la realidad, que no siempre es simpática? ¿Quizás la fe sea justamente ese desafío que nos vapulea entre la esperanza y la realidad?

Abraham es un ejemplo de esa lucha espiritual. En la parashá Lej Lejá hay muchas expresiones de una fe puesta en proporciones humanas: una fe que va desde la confianza absoluta hasta las dudas, para regresar a confiar; una fe que le pregunta a Dios y se tranquiliza ante una respuesta reaseguradora, pero titubea frente a una repuesta oscura. Abraham va hacia lo desconocido, llevado por una profunda fe ante el llamado de Dios: vete… hacia la tierra que Te mostraré… Te bendecirá… y tú serás una bendición. Llega, en efecto, a la tierra… en donde la realidad es diferente de la fe: hay abundancia y sequía, amigos y enemigos, serenidad y discordia, certeza y duda.

Hubo sequía en la tierra y Abram descendió a Egipto” (Gen. 12:10). “Ellos dirán ‘ésa es su mujer’ y me matarán… di, por favor, que eres mi hermana, así me irá bien a causa tuya” (id. 12-13). Abraham teme, se angustia, se debate: no se ha quedad en la tierra que Dios le había mostrado, tampoco confía en la bendición que Dios le había prometido. Desciende a Egipto a causa de la sequía, se angustia por su vida sin pensar “Dios me protegerá”. Prefiere mentir y pedirle a su mujer que mienta.

Nuestros Sabios consideran que estas acciones son, en realidad, una prueba a la que Dios somete a Abraham (Avot de Rabi Natán, versión A, Cap. 33 y versión B, cap. 36).

Najmánides, sin embargo, dice que en este caso Abraham pecó, ya que no tuvo fe:

Debes saber que nuestro patriarca Abraham cometió, sin quererlo, un gran pecado, al llevar a su mujer ante el obstáculo de la transgresión… Debería haber tenido fe en que Dios lo salvaría” (Najmánides en Gen. 12:10)

La mayoría de los exégetas, no obstante, defienden de distintas maneras a Abraham, quizás porque es difícil pensar que nuestro patriarca Abraham tiene poca fe. En mi humilde opinión, no se trata aquí ni de poca fe, ni de debilidad espiritual. Abraham reaccionó con sincera incertidumbre humana. Es más, la gran prueba de Abraham fue renovar su fe, su confianza en Dios, luego de todos los desafíos por los que hubo de atravesar. Y logró salir airoso de esta prueba.

El Rabino Shimshón Rafel Hirsch (Alemania, S. XIX), nos presenta a la gran virtud de Abraham como siendo la de un sincero y valiente hombre de fe, que debe hacer frente a lo espiritual y lo mundano:

“Abraham no confió en Dios, Aquél que da alimentos y sostiene aún en el desierto (…) puso en peligro el bienestar moral de su mujer para poder sobrevivir. (…) La Torá no nos presenta a las grandes personalidades del Pueblo de Israel como ideales perfectos… no nos dice sobre ninguna persona: “he aquí la persona ideal que hace que la Divinidad se haga humana” (…) El saber de los pecados de las grandes personalidades no las subestima. Por el contrario, sus características personales se engrandecen aún más. Si brillaran con absoluta perfección, habríamos pensado que su naturaleza es diferente de la nuestra y que es imposible de imitar. Sin el deseo terrenal, ni la lucha espiritual interna, sus virtudes hubieran sido sólo el resultado de una naturaleza superior”. (Rab. S.R. Hirsch, comentario a Gen. 12:10-13)

La grandeza de Abraham reside en su vérselas con la fe, con la esperanza y el temor, al igual que nosotros nos las vemos con ella. Él reforzó su confianza en Dios, a pesar de no haber recibido de Él todo lo que quería, tal como lo quería y cuándo lo quería. Abraham temía y creía, tenía esperanza y se preocupaba, confiaba, se desilusionaba y renovaba su confianza.

Al igual que nosotros.

Sea Abraham bendito y seamos nosotros, sus descendientes y seguidores en el cuestionamiento y en el permanente rencuentro con Dios, seamos nosotros también benditos.

Parshat Noaj – Amad las palabras y la paz

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Génesis 11:1-9

1 Toda la tierra tenía una sola lengua y las mismas palabras 4 Dijeron “construyámonos una ciudad y una torre, cuya cúspide esté en el cielo, nos haremos de un nombre para no dispersarnos por la faz de la tierra6 El Señor dijo: “Son, pues, un solo pueblo con una sola lengua para todos y esto es lo que comenzaron a hacer. Ahora nada les impedirá lograr todo lo que traman. 7 Descendamos y confundamos allí sus lenguas para que no entienda uno la lengua de su prójimo. 8 Así el Señor los distribuyó desde allí por toda la faz de la tierra y dejaron de construir la ciudad.

¿Cuál es la causa del castigo de la “generación de la secesión”, la gente que comenzó la construcción de la Torre de Babel?

En mi humilde opinión, no se trata de castigo alguno. Dios quiso más bien ayudarlos (y ayudarnos) a progresar.

Si leemos cuidadosamente esta historia, veremos que no hay ninguna señal de “castigo” en las palabras de Dios. Estas palabras proponen, más bien, un desafío.

El deseo de Dios es evitar que estas personas logren lo que habían planeas: construir una altísima torre para evitar dispersarse (“para no dispersarnos por la faz de la tierra”). Vemos que, luego de haber confundido sus lenguas, efectivamente “el Señor los distribuyó desde allí por toda la faz de la tierra.

Pero ¿por qué dispersarlos? ¿Qué tiene de mal que estén todos juntos en un solo lugar?

Debemos revisar el versículo que introduce la saga: “Toda la tierra tenía una sola lengua y las mismas palabras”. Cuando Dios decide entorpecer el plan de esta gente, dice: Son, pues, un solo pueblo con una sola lengua para todos.

El problema principal parecería ser que los seres humanos no hablan más que una sola lengua, con las mismas palabras. No hay variedad, no hay otras ideas, más allá que la opinión convencional. El resultado es que no se dispersan. Dispersión implica la independencia de ideas: cada uno elige de manera independiente, piensa por sí mismo sin tener que alienarse tras la opinión dominante, la de “las mismas palabras”.

La uniformidad de pensamiento evita el conflicto: no hay polémica, no hay necesidad de convencer, no hay confrontación de dos posiciones diferentes. Se podría decir que se trata de la paz paradigmática: todos juntos pensamos lo mismos, todos acordamos sin ninguna duda.

Sin embargo, esta nos es una paz real. Es, más bien, opresión. Cuando cada individuo en la sociedad piensa y siente exactamente lo mismo, no hay lugar para la expresión individual: es una sociedad de robots, ya no de humanos. Esa es la meta de un régimen totalitario: la supresión de todo pensamiento más allá del aceptado-dictado-único.

Uno de los obstáculos más difícil para la paz y la fraternidad es el axioma de que hay una sola y única verdad. Una consecuencia de ello es que cualquier otra opinión es necesariamente falsa, ya que no se condice con la única verdad.

El relato de la Torre de Babel nos enseña que el Ser Humano debe desarrollar una manera independiente de pensar. El gran y difícil desafío es lograr la paz preservando las posiciones diferentes, sin que una elimine a la otra.

Una paz que implica una sola verdad, una sola opinión, no es más que una ilusión. La paz real se construye cuando es posible aceptar que hay opiniones diversas, cuando el “otro” existe con su pensamiento independiente. Empero, no todo pensamiento diferente es aceptable para construir la paz: sólo aquél que no excluye, que no desdeña, que no anula la opinión del otro, ése es el tipo de pensamiento que permite el reconocimiento del “otro” y que, en consecuencia, construye la paz.

Se trata de una paz viva, que cambia, que se desarrolla. La “paz” de una sola opinión es estática y cualquier cosa que no sea como ella la lleva a colapsar.

Una paz viva, por otro lado, es una situación flexible que debe ser actualizada, adaptada y repensada a cada instante, pues se basa en la diferencia y no en la identidad.

El “Kli Iakar” (Rabí Shlomo Efraim de Luntschitz, Polonia del S. XVI) explica en su exégesis a estos versículos:

Ellos pensaban lograr la paz agrupándose. Pero Yo [dice Dios] sé que a paz se produce desde la dispersión ” (Kli Iakar a Génesis 11:6)

Toma también las palabras del Libro de Ester: “Hay un pueblo disperso y diseminado” (Ester 3:8) y hace hincapié en que un verdadero “un pueblo” es el que logra ser uno cuando está disperso:

Se trata realmente de “un pueblo” cuando está disperso y diseminado, cuando no rivalizan unos con otros. Si todos están agrupados en un solo lugar para escapar de la lucha con otra nación, se meten en una lucha mayor, que es la guerra interna de uno contra el otro” (ídem, versículo 1).

No veo aquí, pues, un castigo sino que un desafío: no anular las diferencias, no desdibujar la disimilitud por medio de palabras o hechos que no reconozcan la diferencia. Al contrario, debemos aceptar la diferencia la disimilitud, los límites que me definen como alguien diferente, que definen a la sociedad como distinta de otras. A la vez, debemos respetar la diferencia, la disimilitud. Debemos aceptar su existencia y no anularla, Si yo pienso como tú, ya no soy yo: me he transformado en ti. Si respeto tu pensamiento (aunque no lo acepte) y tú respetas el mío, es entonces cuando yo te otorgo tu existencia y tú me otorgas la mía.

De esta forma es que se hace la paz… y nuestra tarea es la de renovar esta paz permanentemente.

Parshat Bereshit – La difícil misión de decir “yo” sin ser egoísta

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Hay quienes dicen que una de las características que diferencia al Ser Humano de los animales es su capacidad de autopercibirse. El Ser Humano puede pensarse a sí mismo, analizarse a sí mismo.

Pero además, también tiene la posibilidad de pensar a los otros, de percibir la existencia del prójimo. Deberíamos cambiar la definición de esa “característica de diferenciación” diciendo que el Ser Humano se diferencia de los animales por su capacidad de percibir, de pensar, simultáneamente a sí mismo y a los otros.

Esto no significa, lamentablemente, que pongamos efectivamente en práctica esa capacidad. Parece simple, mas es bastante difícil hacer ambas cosas al mismo tiempo con la misma vehemencia. Es decir, pensamos en los otros, sí… pero ¿tenerlos en cuenta cuando el “yo” es el foco? A la inversa, ¿resaltar el “yo” cuando estamos ocupándonos del otro en nuestro máximo altruismo? Estas son dos situaciones consideradas generalmente contradictorias: o eres egoísta, o bien eres altruista.

Esta puede ser, empero, la misión principal que tengamos como Seres Humanos: saber cómo poner en el mismo nivel de intensidad y percepción al “yo” y al “otro”, sin detrimento el uno del otro. Se trata del equilibrio total entre el egoísmo y el altruismo.

Parshat Bereshit nos presenta ejemplos extremos del primer problema: la dificultad de tener en cuenta al otro, la dificultad de salirse del “yo” para ver al otro. Son ejemplos de cómo el “yo” en el centro puede dañar al otro.

El primer caso es el del fruto del Árbol del Conocimiento. Eva vio que el fruto era bueno para comer. Sólo pensó en lo que es bueno para ella (a pesar de saber que este “bueno” estaba prohibido). Inmediatamente llegó a la conclusión de que si es bueno para ella, deber ser bueno para su hombre. No le preguntó, o lo tomó en cuenta. Si es bueno para ella, es inmediatamente bueno para el otro. Adán, por su parte, no se hace cargo de la responsabilidad de lo que hizo. La Tora dice: “Ella le dio a su hombre, que estaba con ella, y él comió”. Él estaba con ella, el vio, ella dio, él comió. Cuando Dios pregunta “¿comiste?”, al respuesta de Adán es: “La mujer que Tú me diste; ella me dio”. Es como si dijera “no soy yo el responsable de esto”: eres Tú, Dios, y la mujer. Adán sólo piensa en sí mismo, evade su responsabilidad y culpa a otro.

El segundo caso es el de la matanza de Abel. Caín trae una ofrenda. Abel lo imita y hasta recibe una gratificación, pero ni agradece a Caín, ni reconoce en momento alguno de que Caín fue el que autor de la idea. Caín no escucha a su hermano (ni siquiera sabemos si Abel tuvo oportunidad de hablarle): él es que habla, el que se enoja y el que mata. Hay un midrash muy interesante en Bereshit Rabá (22:7) que explica que Caín y Abel discutieron sobre a quién le pertenece cada cosa en el mundo. Ninguno de los dos estaba dispuesto a renunciar a nada a favor del otro, ninguno estaba dispuesto a compartir. “Yo” y “mío” son las ideas dominantes en la discusión, sin lugar para el “otro”. Nuevamente aquí, cuando Dios le pregunta a Caín, éste evade la responsabilidad y culpa, ahora sutilmente, a otro (culpa a Dios, como su padre): “¿Soy yo el guardián de mi hermano?” ¿Yo soy el guardián? ¿No deberías serlo Tú, más bien, Dios? Caín sólo piensa en sí mismo, en su enojo y en la ofensa que le produjeron.

Después de la historia de la creación del Ser Humano, en el segundo capítulo de Génesis, Dios declara: “No es bueno que el Humano esté solo”. Esta frase se refiere, mas bien, a que no es bueno que el Ser Humano se vea a sí mismo como el único en la Creación, que se crea el único que vale la pena, el único con la idea correcta. Otro interesante midrash dice:

“El Santo, Bendito es Él, dijo: Yo estoy solo en Mi mundo y él está sólo en el suyo. Yo no me reproduzco y él no se reproduce. Las creaturas podrían decir “ya que él no se reproduce, ¡debe de ser nuestro creador!” No es bueno que el Humano esté solo” (Pirké de Rabi Eliezer 12).

No es bueno que el Ser Humano se considere a sí mismo Dios, solo y omnipotente. Porque en este caso no tundra en cuenta a su prójimo y será destructivo, en lugar de constructivo.

El “yo” es importante para exclamar “heme aquí”, para decir “yo existo, pero no solo”, “estoy aquí para mí y para los otros”. Esta es la característica humana que nos diferencia de los animales. Y tenemos que activarla.

Siguiendo el dicho de Hilel: “Si yo no estoy para mí, ¿quién lo estará? Pero si sólo estoy para mí ¿quién soy?”

Quizás toda la Torá no se trate más que de esto, desde el Brit Milá hasta Shabat, desde Kashrut hasta las relaciones íntimas prohibidas, desde la prohibición de robar hasta la construcción de una baranda, desde el primer diezmo hasta el comer matzá, desde “Ama a Dios” hasta “Habréis de amar al extranjero”, pasando por “Ama a tu prójimo como a ti mismo”.

Parshat Shoftim – Justamente, hablando de justicia

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“Justicia, justicia perseguirás”. Esta es una de las primeras mitzvot en nuestra parashá. Una frase corta y poderosa, palabras claras, la cosa es bastante comprensible: todo lo que tienes que hacer es justicia, nunca desistas, debes perseguirla.

Pero ¿es tan claro, realmente?

¿Qué es justicia, de hecho?

¿Y por qué perseguirla y no, simplemente, buscarla? (algunas versiones de la Biblia traducen aquí “seguirás”, pero éste no es el sentido del original hebreo “tridof”, que quiere decir perseguir).

¿Justicia? Digamos que es hacer lo bueno, lo recto, darle a cada uno lo que se merece, actuar con la verdad y por la verdad, y todo esto siguiendo los principios de igualdad.

Todo esto es cierto. Pero ¿acaso lo que es recto para ti, lo es también para mí? Lo que es bueno para mí, ¿lo es también para ti? Y si mereces algo, ¿quizás se lo han quitado a otro? ¿Y qué pasa con la igualdad? ¿Significa que los dos tengamos lo mismo? ¿Y qué pasa si tú trabajaste mucho y yo no hice nada? ¿Y si yo no hice nada porque no podía hacerlo? ¿Y si tú trabajaste, pero no realmente con el ímpetu y la dedicación que podías poner? Y si ambos recibimos lo mismo, ¿eso quiere decir que un tercero también debe recibirlo? ¿O incuso un cuarto? ¿Y si no es posible para todos? Entonces ¿ninguno recibirá de manera igual? ¿Y dónde queda, entonces, lo bueno?

La definición de lo bueno, lo recto, lo que cada uno merece, la verdad y la igualdad es diferente para cada persona. Y si decimos que la definición es general y no individual, entonces el individuo sentirá que no es real justicia. Será, quizás, una justicia forzada, pero no una justicia justa.

Es muy difícil arribar a la justicia.

Un claro ejemplo de esto es el “Juicio de Salomón”, en el que dos mujeres consideran que un bebé les pertenece a cada una de ellas. El Rey decide dividir al niño en dos para darle una mitad a cada mujer. Una de ellas le implora al Rey que no mate a la criatura y renuncia a su derecho en beneficio del otro. La otra mujer dice: “No será ni mío, ni tuyo: ¡divididlo!” El Rey Salomón declara, finalmente, que la mujer misericordiosa que no quería que maten al niño, es la verdadera madre y le entregó al bebé (ver Reyes I 3:23-27)

¿Dónde está aquí la justicia? Una mujer considera que dividir en partes iguales es justicia: todos pierden, pero hay igualdad. La otra mujer considera que la justicia es renunciar a sus derechos a favor de la vida del bebé: le hace bien a otro, pero ella no recibe ningún bien. El Rey considera que la justicia es entregarle a quien renunció: no hay igualdad, pero es lo correcto.

A nosotros nos es totalmente claro que se ha hecho justicia en este caso. Pero la otra mujer, sin embargo, considera que se le hizo una gran injusticia, ya que ella estaba dispuesta a renunciar al bebé, a condición de que la otra también renuncie (se podría haber dado al niño en adopción en lugar de matarlo, por ejemplo).

Esta justicia, entonces, no es perfecta. Es buena, pero no es ni perfecta ni completa.

No hay posibilidad de arribar a una justicia completa. Aún bajo la hipótesis de que sí pudiéramos arribar a ella, no dudaría. Resolvería un problema, pero rápidamente surgiría otra injusticia en otra área, en otro lugar, en otra situación.

¿Debemos desistir, entonces, y suspender nuestros esfuerzos de llegar a la justicia?

Dios nos ordena la mitzvá que dice: “¡Perseguirás!” Has de perseguir la justicia pues ella se te evade, porque ella nunca se queda contigo. En el momento en que la encuentras, se te escapa y debes recomenzar su búsqueda. ¡Persíguela! ¡Nunca desistas!

La justicia debe ser un ideal en tu sociedad. La permanente búsqueda de ella, esta persecución, este no satisfacerse con haberla encontrado una vez, este no detenerse declarando “Yo ya hice justicia, yo ya hice lo que tenía que hacer”, esto es lo que te permite vivir y heredar la tierra: “Justicia, justicia perseguirás para que vivías y heredes la tierra que el Señor, tu Dios, te entrega” (Deut. 16:20).

No hay ninguna sociedad que sea justa. Hay sociedades que tienden a la justica y que permanentemente se verifican a sí mismas para arribar nuevamente a la justicia que se le escapó.

Una sociedad que se define a sí misma como justa no es más que pretenciosa y, en ese mismo momento, se transforma en injusta. Una sociedad que considera que sólo ella sabe hacer justicia y que acusa a otra sociedad de injusta, no hace más que alejarse del bien, de lo recto y de lo correcto.

Continuemos descubriendo la justicia a cada instante, ya que aunque “no está en tus manos terminar la tarea, tampoco eres libre de desistir de hacerla” (Pirké Avot 2:16)

No me avergüenzo

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La semana pasada hubo en Israel dos crímenes producto del odio y del fanatismo: El incendio intencional de una vivienda en Kafr Duma, pueblo de palestinos, en donde un bebé murió calcinado, y el ataque a puñaladas durante la marcha del “día del orgullo gay” en Jerusalén, a causa del cual murió una adolescente de 16 años.

El autor del crimen en la marcha gay es un judío fanático ultra-ortodoxo, anteriormente condenado a 10 años de prisión por un hecho similar.

Los autores, o el autor, del incendio en Duma son aparentemente judíos religiosos extremistas identificados con “tag mejir” (“etiqueta de precio”, en referencia al precio a cobrarse por el terrorismo palestino), ideología terrorista responsable de varios atentados desde 2008. Esta es la primera vez en que hay un muerto, indicando un agravamiento de la violencia de este grupo.

Los móviles fueron diferentes, los asesinos no están relacionados entre sí, pero los dos hechos están conectados por una ideología extremista que propugna la violencia justificada en principios religiosos judíos.

Hay quienes dirán (de hecho, quienes ya dicen) que a esto conducen las fuentes religiosas judías: a la cerrazón de mente, a la exclusión de quien es diferente, al fanatismo, a la violencia.

Hay quienes dirán (de hecho, quienes ya dicen) que frente a todo esto se avergüenzan de la religión judía y del judaísmo en general.

Veamos la otra parte: la respuesta del pueblo.

Ante la violencia desenfrenada de estos individuos cegados por su furia religiosa, surgen millones (¡literalmente millones!) de judíos que condenan los ataques, que se indignan ante la violación de la sacralidad de la vida, que actúan denunciando y educando para que estos fenómenos no ocurran más. Son millones que escriben, manifiestan, predican, conmovidos y azorados ante hechos que definen claramente como “no judíos”.

La respuesta se dio en todo el mundo. Judíos de todas las corrientes religiosas o laicas. La mayoría de la sociedad israelí y de la dirigencia política israelí, junto con la mayoría de los judíos comprometidos con su judaísmo en todo el mundo. Casi no ha habido sinagoga en el mundo en donde este no haya sido el tema de discusión e indignación, ya sea por la prédica del rabino o por la actitud y comentarios de los fieles.

¡Y no han sido más que dos asesinatos! Suena mal, ya lo sé. Pero objetivamente han sido tan sólo dos asesinatos con móviles extremistas y fanáticos como tantos otros que hay en el mundo cada semana, por centenas o por miles.

Pero para los judíos no se trata de “tan sólo dos”. La violación de una sola vida humana, ya sea amiga o enemiga, ya sea que estemos de acuerdo o en desacuerdo con la víctima, la violación de una sola vida humana es vivida por el judío como un fracaso humano profundo.

Y eso lo aprendimos de nuestras propias fuentes judías: de la Torá, de los Profetas, del Talmud, de los exégetas medievales, de los rabinos filósofos y legisladores de todas las épocas, de todo lo que es la religión  y la tradición judías. Sí, esa misma Torá que condena a muerte, nos ha hecho entender que no se debe causar la muerte; ese mismo Talmud que enumera los tipos de ejecución,  llama “asesino” a un tribunal que condena a muerte. La santidad de la vida. Ése es el principio religioso judío.

Las fuentes religiosas judías conducen: a la apertura de mente, a la inclusión de quien es diferente, al respeto por el otro, a la constante búsqueda de la paz.

Hay una minoría judía extremista que no lo entiende. Ellos reducen la gloria de Dios en el Universo.

Hay una mayoría judía permanente, en todos los siglos, en todos los lugares, que lo entiende y lo practica. Somos quienes aumentamos la gloria de Dios en el Universo.

Jamás me avergüenzo de mi judaísmo. En situaciones como ésta, que Dios nos ayude a que no se repitan, en situaciones como ésta mi pueblo reacciona por la vida y yo me avergüenzo aún menos. Es más, agradezco a Dios que me haya hecho nacer en este pueblo.

Parashot Matot-Masaé

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Estas dos parashot cierran la época del desierto. Los últimos preparativos para entrara a la Tierra Prometida, el cierre de lo que quedó pendiente de la estadía en el desierto, las últimas acciones de gobierno de Moisés… todo esto conforma el ambiente general del final del libro de Números.

Aquí termina, de hecho, el proceso de la salida de Egipto. La salida no fue sólo el momento de dejar la tierra de Egipto, sino todo el período durante el cual los israelitas no habían entrado aún en la tierra de Canaán, todo el período de “espera”, todo el trayecto por ese prolongado pasillo del desierto. No era algo de orden físico-geográfico, sino espiritual. Físicamente ya no estaban allí; pero mientras el desierto simbolizara para ellos el “largo brazo” de Egipto, la pertenencia a una vieja realidad de opresión, explotación, dependencia, servidumbre, idolatría, injusticia social, mientras ese espacio los conectara con Egipto, aún estaban en la salida. Ahora, después de cuarenta años de desafíos y cambios drásticos, están preparados para dejar de salir, para entrar a la Tierra Prometida y comenzar una nueva sociedad.

Como parte de ese cierre, la Torá resume en una lista los lugares por los cuales los israelitas deambularon en el desierto.

El versículo que inicia el listado tiene, sin embargo, una formulación extraña y, quizás gracias a ello, plena de sentido.

Moisés escribió las partidas hacia los viajes de ellos, ordenados por el Señor; estos son sus viajes hacia sus partidas” (Num. 33:2)

Las partidas hacia los viajes… se puede entender. Pero ¿los viajes hacia las partidas? ¿Por qué hay una repetición? ¿Por qué una inversión de conceptos? De todas maneras, hubiéramos esperado que el texto sea “sus viajes hacia sus destinos” o algo que indique la meta, ¿pero un viaje hacia la partida? La Torá nos dice que viajaron hacia un lugar del que saldrían de viaje hacia un lugar del que saldrían de viaje hacia un lugar del que saldrían de viaje… etc.

Eso es lo que les pasó a los israelitas, de hecho. No viajaban hacia un lugar en el que se establecerían, sino que era parte del proceso de la salida de Egipto. Todos los lugares eran lugares de partida y no destinos finales.

El viaje es lo esencial, pues en la travesía aprendemos, cambiamos, crecemos. La meta del viaje, nos dice la Torá, es el punto del cual podamos continuar sin detenernos o quedarnos fijados. Sobre este versículo dice Rabi Iehudá Arié Leib Alter, el Guerer Rebbe de la segunda mitad del siglo XIX: “Pues el Ser Humano es llamado ‘caminante’ y debe siempre ir de una etapa a otra (Sefat Emet Bemidbar, Masaé [5645]).

Quien propugna la detención y la fijación es como quien no está totalmente listo para salir de Egipto y prefiere quedarse en el desierto, aunque use como excusa que allí está más cerca del Monte Sinaí.

En cada generación la persona debe verse a sí misma como si ella misma hubiera salido de Egipto”. De esa forma sus viajes serán hacia sus partidas, para que sus partidas le permitan continuar con sus viajes.